EL FUTURO DE MADURO
Llegué
a mi bordo a remos. Mis zapatos de lona estaban mojados con el remanente de la lluvia de ayer, pero le amarré
a popa y me descalcé, para no ensuciar la blanca cubierta. El viento venía del
Este y chequee las guayas y tensores, esa vieja costumbre de anteponer a cualquier
maniobra las normas de seguridad, las carga de las baterías, las luces de navegación,
las bombonas de gas y el tanque de combustible, agua y mar.
Eran
las dos de la tarde y anoté en mi diario la hora del zarpe. Prendí el motor que
tronó perfectamente y le dejé en neutro mientras me iba a la proa, porque
estaba amarrado a la boya y solté amarras no sin antes darle un cuarto al
foque, a manera de recibir la ayuda divina del viento.
Al
desamarrar nos separamos al instante lo que yo calculo unos tres metros del
punto de fondeo y corrí a popa, puse en mínimo la máquina y pasé por mi
estribor al velero hundido en la pequeña isla que antes tenía al frente y
comencé a sortear las curvas del estrecho y peligroso canal, aunque tenía una
pleamar de dos y medio pies. Ya en la última caída a estribor, frente a la boca
de salida de la piquera, me conseguí con un monstruo cuyo precio no debe bajar
de veinte millones de dólares americanos. Era un inmenso y límpido yate que
bajó su velocidad para hacerme más amable mi paso, pero con todo y eso mi
marinero bordo acusó el castigo de las olas de su estela y el agua me empapó
como bienvenida a una gran noche de estrellas. Di todo el foque al viento y me
dispuse a izar la mayor, tomé mi posición visual con respecto al faro y estaba
en la ya abierta bahía.
El
barco escoró a estribor porque yo navegaba con rumbo Sur-Este y las velas se
inflamaron de la fuerza de Eolo y por mi proa ya no tenía tierra, ¡era libre
absolutamente!
Unos siete
respetables nudos de velocidad nivelada, me hacían sentir el dueño absoluto de
la mar y mi destino y salió la luna estando aun claro, con sus cachos hacia el
oriente, lo que me indicaba que estaba en cuarto creciente e hice mi amarra del
timón a la mayor, ese viejo truco de tener un piloto automático de un costo de
tres dólares, que solo saben los veleristas y pasé al interno a montar un café
que me acompañara.
Al salir,
taza en mano, el sol se ponía y todo era paz, estaba al instante en lo que se
llama el ocaso civil que es cuando el sol aun alumbra y está a unos seis grados
por debajo del horizonte y salieron las estrellas y el ocaso paso a ser náutico
o sea a dieciocho grados por debajo y fui mi dueño absoluto, era el único barco
navegando en la Bahía de Biscaine.
El futuro
de Maduro se parece a lo descrito, me explico: mucha luz a las dos de la tarde
y luego el ocaso en que se ha convertido su vida y su gestión, con la
diferencia que él no sabe hacia dónde navega y con seguridad encontrará rocas
que le romperán la vida en pedazos.
Tan sencillo mi sentir que espero me entiendas, o que me explique bien: me transporte y me senti Bernardo Jr en ese zarpe, la unica diferencia que yo usaba calzado antirresbalante, esos que llaman escarpines de playa, comprados en West Marine, y no me imptab que se mojaran, porque son dieñados para eso y se secan rapido, con lo que no hubiera mojado el inertno de a bordo al ir a calentar o prepara el cafe, la proxima vez, yo que tu me llevo un termo, y algo mas para un carajillo al estar ya en mar abierto o bahia abierta...rumbo SE...+/- 135...saludos y cuidate, me alegraste la sobremesa...sobre toda el THE END del relato
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