VIVIR PARA
CONTAR
Dependiendo
de tu vida y como la veas podrás contarla. Gabriel García Márquez llegó a
asegurar que tu vida no es tú vida, sino como la cuentas y yo estoy de acuerdo
porque de cada pequeño evento me persuado que vivo una vida paralela al
preguntarme: ¿Cómo contaría este episodio en particular?
Algo
sumamente sencillo y que a pocos se les ocurriría contar. Evitando la tragicomedia,
la exageración, la dramatización, me he tirado al mar en la tarde de hoy. A
unas mil yardas de la orilla se encontraba un velero de casco azul y de unos
veinticinco pies de eslora, fondeado en plena bahía. Quiero recordar que casi a
diario nado unos mil doscientos metros en la piscina de casa. Es como hacerlo
en un laboratorio controlando todas las variables, empezando porque no hay
tiburones, medusas, aguamalas o cualquier otro ser vivo indeseable cuando nos
encontramos en plena meditación y sumergidos parcialmente, en movimiento, con
el pulso naturalmente acelerado, con la consabida respiración cortada.
La
mar al ser más densa que el agua dulce, ayuda a la flotabilidad y pensé que
estaba en perfecta forma, por cuanto entreno en agua dulce y a cada brazada
avanzaba más de lo que estoy acostumbrado y nadé hacia el velero y mientras lo hacía
recordé a los tiburones, que como todos han visto en los medios, los hay en
buenas cantidades por estas calientes costas floridanas y pensé que los
tiburones no pueden morderme, porque ellos, los escualos infames y terroríficos
no son coprófagos y me reí.
Debajo
de mí, la oscuridad absoluta de las profundidades, algo que para un marinero es
normal. Después de estar bien alejado de la playa, observé que una corriente me
ayudaba con sobrada holgura a llegar al fondeadero y llegué y toque su casco y
me sumergí para verlo por debajo. Ya tenía unos veinte minutos encantadores en
la mar, sin otra ayuda que mi entrenamiento, sin otra orilla que la lejana
playa y decidí devolverme.
La
llamamos “la mar”, porque es hembra, es iracunda, repentina, inexplicable a
veces, con frecuencia inentendible y cada cuatro horas cambia con la subida de
la pleamar o su bajamar, en fin, con las mareas que son obligadas por el
magnetismo astral, como las damas.
La
mar es encantadora y yo estaba entregado a ella, sin defensa alguna, sin manera
de poder cambiar mi destino y eso me subyuga, mientras mi esposa preocupada
estaba a punto de llamar al 911, al Coast Guard, a la US Navy, a la NASA o al
manicomio más cercano, persuadida de que no estoy bien de la cabeza.
La
corriente que me ayudó, ahora en rumbo contrario se convirtió en mi enemiga, en
una feroz y el ser un hombre de mar me ayudó a entregarme a ella y me alejó aún
más y mantuve la calma y la mire a los ojos y me botó más allá cuando ya había decidido
no enamorarla más y nos divertimos ambos; ella, tratando de ahogarme y yo entre
sus fauces besándola.
Los
escritores vivimos para contar nimias cosas.