CUENTOS DEL
MAR
El
Capitán Alejandro Santos, navegaba muy trasnochado después de la tormenta de
anoche, amanecía con un viento suave, acariciante pero húmedo y la escora a
estribor era amable, todo era color violeta y estaba dando apenas tres nudos de
velocidad a todo trapo, que es lo que llaman los marineros de vela, navegar con
todo el velamen dado al viento.
Todos
estaban cansados, su perro, el barco y él, porque navegaba en solitario. Su
eterna acompañante se había quedado en tierra para aquella consulta odontológica,
además todos necesitamos nuestro espacio, pensaba.
Ayer
al zarpar, estimando las cinco de la tarde, todo era paz, así es la mar.
Preparó la cena con un par de latas de atún que compro en la tienda de dólar,
un poco de arroz recalentado y unos espárragos salteados en la pequeña pero
eficiente cocina que queda a babor entrando y cuando servía el plato, se dio
cuenta de que era hora de hacer las anotaciones. Lo dejó por un momento sobre
la mesa de ploteo y tomó su diario de navegación, era cuestión de un par de
minutos, porque la electrónica le facilitaba la latitud y longitud, ya tendría tiempo
de poner al día la posición en la carta de navegación, porque el hambre
apremiaba y cuando observó su barómetro, miró con horror que la presión atmosférica
había bajado como obligada por la ley de gravedad. Se enfrentaría ineludiblemente
a una tormenta cuyas proporciones desconocía, eran muchos lo milibares de
diferencia con respecto a la última anotación y el barco no estaba arranchado
correctamente para un embate fuerte, de manera que tenía que ponerse a trabajar
de inmediato.
Como
pudo comió la frugal cena, apuró un vaso de agua y al salir a cubierta, ya una
garúa le mojaba. Arrió la mayor, estrechó el foque y los bandazos le hacían resbalar,
cuando se percató de que no usaba cinturón de seguridad. Aseguró con más cabos
los contenedores amarillos que llevaba por la amura, llenos de combustible que
le darían, mucha más autonomía en caso de que el viento mermara, le dio más
seno al cabo del dingui y de alguna forma en su pensamiento se despidió de él,
simplemente ajustó el largo del cabo a la longitud de la ola que se incrementaba
a cada minuto, pero ya no había más, el chicote lo aseguró en el cáncamo. Ya la
garua era lluvia con viento y estaba empapado, la temperatura había bajado con
vigor y entraba al muy manoseado triangulo de las Bermudas y la noche se
convirtió en un infierno, el antiguo foque se rifó como si fuera una servilleta
de papel, no tenía gobierno de su velero y luego de cuatro horas capeando,
decidió exhausto entregarse. Abrió la pequeña escotilla, se quitó como pudo la
ropa mojada y absolutamente desnudo tiró la colchoneta en la línea de crujía,
donde el buque se mueve menos. Hizo una oración a la Virgen de la Mar y se
sintió en el útero materno, mientras el mundo se caía rededor.