UN PACTO
HONESTO CON LA SOLEDAD
Muchos
años ya de conocernos. Hemos visto crecer a nuestros hijos, el nacimiento de
los nietos, algunos ya pasan de las seis vueltas al planeta y otros estamos por
llegar.
¿Qué
les parece si nos vamos a Naples, a la playa, por allí en la calle 7 y
almorzamos en Olive Garden? Y dijo otra: ¿no preferirían comer pescado?
El
tiempo no iba a estar óptimo, estaría un poco frío y además ese indeseable ejército de muchachos que vienen al festival de los
tontos llamado el ULTRA, del cual ya he escrito y también he sido atacado con
furibundia y me podrán mentar a mi santa, católica y apostólica madre y eso no
les quitara lo tonto.
Mejor
vamos a comer en ese restaurant donde te dejan cantar, si, para reírnos un poco
y burlarnos de ti.
¿Qué
les parece si salimos desde la casa de Bernardo en el Catamarán ese que
alquilan? Y contesté: $60 dólares por persona, pero nuestras damas se morirán de
frío allá afuera en la bahía, la temperatura en la mar baja al menos seis
grados, de manera que no será poca cosa y ¿saben qué?, allí, contestando y
buscando junto con mis otros amigos viejos o tal vez viejos amigos, sí, me di
cuenta que eso es vejez, la búsqueda permanente de la excusa que se me cuadre o
peor aún que les cuadre a los otros ochos viejos y viejas. ¡Qué difícil me he
puesto!
José,
el italiano, pintor genovés, delante de nuestras damas dijo: “pero no vamos a
ir a la playa con ellas, invitemos a unas amigas que estén bien buenas” y nadie
le creyó y eso es vejez, nadie, ni siquiera su esposa lo celó y yo argüí, si, que
estén bien buenas y que sean muy bandidas y además que no lleven ropa interior
y pasó lo mismo, nadie me creyó y eso es
vejez.
Nuestros
hijos asumen que el sexo está proscrito, que forma parte del pasado, que somos
una suerte de orden monacal, célibe y aburrida, porque ya hemos vivido y
resulta que estamos en la mejor edad de la vida, haciendo, solo lo que nos
plazca y todos nos llaman “señor” y nos aprovechamos y nos hacemos los mayores
un poco atribulados por las dolencias que simulamos y nadie se mete con ¿ese
viejo?
Carmen
Zoila, bello y novelesco nombre el de mi amiga, me busca en el banco para
contarme sus inacabables inquietudes artísticas e intelectuales y hablamos de
libros y literatura, de autores y silencios, del atardecer color malva.
Todos
fuimos juntos al parque Markhand, con sillas, comidas, vinos y amor, para
entender que como lo dijera Lope de Vega: “de mis soledades vengo y a mis
soledades voy, porque para estar conmigo, me basta mi pensamiento.
En
algún momento estaremos absolutamente solos, moriremos unos, pero los demás,
solos, porque al final del día, la inevitable vejez es en realidad un pacto
honesto con la soledad.