UNA MUERTE
CLÍNICA
-¿Qué
te parece si me aceptas un café en la panadería de la esquina como cuando estábamos
jóvenes?, si, cuando éramos muchachos antes del golpe de 1992. Si te parece muy
poco seguro, pues vayamos a un restaurant de Altamira o cualquier otro sitio
que desees, lo que quiero es agradecerte que me hayas dado ese contrato que me
ha arreglado la vida por un buen tiempo.
-No
lo creo, bien sabes que me muevo al menos con treinta hombres y la caravana es
muy llamativa, tampoco espero que cierres un restaurant para nosotros solos,
eso es muy fastidioso. En estos días lo hizo un contratista, precisamente para
agradecerme algo similar y te confieso que el fastidio no fue normal, entre la
jaladera, la lisonja del hombre y la soledad, los temas de conversación se
agotaron muy rápido, bien sabes; ¿de qué puede hablar un animal nuevo rico como
ese?
-Pero
ese no es mi caso, le ripostó el nuevo lisonjero.
-No
quiero compadre, págame lo mío de tu comisión que es bastante jugosa, gracias a
la revolución y no me debes nada.
No
quiero exagerar pero así son las conversaciones entre un Diosdado Cabello y
cualquiera de los beneficiados, de manera que tendrán que hacer una inmensa
parrillada con los billetes, porque el gran problema es insertar dólares en el
sistema bancario internacional. Es el mismo problema que tienen los
narcotraficantes, valga la muy notoria redundancia.
A
esta hora del viernes, casi a la media noche, cavilaba sobre esto, de manera
que bien pueden inferir lo aburrido que es la vida de un escritor, pero no lo sé,
no lo crean tanto, porque estoy llegando sin armas, sin guardaespaldas, sin
estar pendiente de nada, de una buena reunión, mientras que ellos deben pensar
y repensar hacia donde van, deben seguramente mandar un piquete de asesinos,
precisamente para que no los asesinen y yo me pregunto, o mejor le pregunto a
Diosdado: ¿esa es la vida que desea tener? ¿O la vida que el pillaje le obligó
a tener?
Si
hay muerte clínica, que infiero que consiste en el hecho de que el cuerpo ya no
tenga signos vitales, pues deduzco que hay muertes de otro tipo, como la muerte
social, en este caso, porque debemos pensarlo tres veces antes de tomarnos una
foto con el odiado de Diosdado. Imagínense la raya en una parrilla en el jardín
de su casa, que sea animado por Winston Vallenilla y que el fondo musical sea
del diputado Roque Valero, ¡Dios, dado!, eso sería un atentado contra la
cordura y contra la vida misma.
Es
notorio que en Venezuela todos sin excepción están muy mal, pero no olviden que
ellos podrían estar peor que ustedes, con mucha rabia, con mucho malestar al no
poder derrochar en su propio patio todo lo que les sobra a raudales, de manera
que podríamos preguntarnos: ¿no es eso realmente lo que sería una muerte
clínica?
Por
los momentos me parece muy bien que sean ellos los enclaustrados, los verdaderos
presos, que deben ir a la China pensando en libertad.
Bernardo Jurado es el autor de "Como caigan los dados" y ocho libros mas, todos a la venta en Amazon y las mas prestigiosas librerías de Miami y el mundo.
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