Por: Raúl Torres
Sentía ella el terror todos los días en su fibra
íntima, sin ya tener esperanzas de ver la luz de nuevo y hasta haberse
resignado a no vivir más en este mundo. Con varios intentos en ir contra la ley
de Dios y decidida a tomar la vida en sus propias manos y rendirla a la
eternidad, de pronto recibe la noticia que ya es libre por razones
humanitarias. Ya los crueles barrotes de la cárcel de mujeres la habían
derrumbado, su cuerpo aguantó casi tres años de injustas privaciones, pero su
mente sucumbió al estado de requerir que la internaran en un centro
psiquiátrico.
No estoy relatando un episodio de Melpómene, quien
según la mitología griega es la musa de la tragedia. Su tragedia era que tenía
todo lo que una mujer desea para ser feliz sin dejar por fuera el disfrute
sensual de una buena compañía masculina, pero su verdadero drama era que tenía
todo y no podía ser feliz.
Su nombre en este caso es Araminta González, una musa
venezolana a quien por avatares del destino su primer pecado fue haber quedado
huérfana en este mundo sin tener más que a su abogado, su hermana que vive en
España y algunas almas misericordiosas que algún cariño le han brindado. Es
ella la protagonista de una triste historia en medio de este pandemónium que
ruje entre amenazas verbales y físicas de cancerberos despiadados en el campo
de batalla del asfalto donde caen con dignidad y valentía hojas jóvenes de un
árbol llamado Venezuela que lucha por enderezar su tronco a pesar de la torcida
obligatoria que le dieron hace ya casi dos décadas.
Araminta no lo tuvo todo, al contrario. Después de una
vida con estrechez económica y desamparada de afecto familiar, tuvo que
enfrentar sola la brutal detención en la sede del CICPC de la Av.
Urdaneta cuando le arrancaron el cabello a tirones y la golpearon con tubos
mientras agredían también a su novio sin misericordia y del cual nunca más se ha
sabido ni tenido contacto. Su crimen fue simple, es TSU en procesos químicos y
era una estudiante brillante de Ingeniería Industrial. La acusaron de
terrorismo porque tenía materiales químicos en su vivienda y eso bastó para su
crucifixión.
Hoy Araminta es noticia a medias, pero fue olvidada
por años en una mazmorra de la justicia huérfana como ella. Su alma quedó
herida, su mente nublada. Sus sueños interrumpidos por una pesadilla que hoy es
una tragedia nacional. Su encanto de mujer joven opacado por un pensamiento
obtuso y abyecto que considera que la única vía es el sometimiento a la fuerza.
Así está también el país y la mayor parte de la población que desesperada sale
a la calle todos los días a protestar para que no les encadenen sus vidas, sus
sueños.
Un amigo mío me dice que hay que tener ánimo, que
vamos ganando. Pero como en todas las victorias, los sacrificios son
inevitables. Unas madres que vieron caer el fruto de sus vientres para que
otros puedan salir adelante y Araminta, a quien liberaron después de su injusta
encarcelación pero hoy sigue en cautiverio. Si no luchamos por nuestra
libertad, Araminta puedes ser tú y también puede ser Venezuela entera.
mas tristeza de esta cotidianidad del diario vivir en este espacio...
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