ENTRE EL
BIEN Y EL MAR
Ya vengo le dije. Ella sabe bien a
donde voy.
Me puse un
cuello de tortuga negro y bajé a la orilla de la mar, aquí en la Isla. Es un
gran privilegio que tengo desde que decidí vivir aquí. La orilla queda a
escasos dos metros de la salida de la piscina y ese olor que me transporta, ese
olor a salitre de mis amores, de mis recuerdos, de mis años a bordo, que me
hacen recordar, pero que despiertan en mí, ese apetito por el futuro.
Les digo un
secreto: cada noche cuando voy al banco de la esperanza, del cual ya he hablado
en este espacio y que le he llamado así por lo que considero lo más importante
que escribió Cristóbal Colon: “La mar dará al hombre la esperanza, como los
sueños al dormir” y que queda viendo hacia la bella bahía de Biscayne, pues
agradezco, uso el secreto supremo de hacer un inventario minucioso de lo que ya
tengo, ¡hasta lo más sencillo y evidente!, como podría ser respirar, sino
pregúntenle a José Luis Rodríguez “El Puma”, que se siente; luego hago tan solo
una decena de mi rosario y lo guindo en uno de los parales del banco. A la
mañana siguiente, antes de irme a la oficina, paso por el banco y ¡sorpresa! Ya
no está y yo espero que lo lleve quien realmente le haga buena falta, aunque no
existen malas faltas, pero Ustedes me entienden este cantinfleo luminoso a esta
avanzada hora de la noche.
Hoy hablaba
con Yolanda y le pregunté cuánto dinero pensaba ganar este año y no sabía que
responderme y usted amigo lector, ¿sabe cuánto dinero ganará este año, tiene un
plan?, porque de no saberlo, tampoco el universo, la providencia o cualquier
otra cosa a la que atribuirle su éxito o su pereza, tampoco lo sabrán, pero
alto, recuerde que esto no es una acto de fe, sino una operación matemática. Más
de uno ya estará pensando que es un problema de Dios y podemos pensar que si lo
es, todo lo es, pero otra vez ¡alto!, así no funcionan las cosas y paso a explicárselo:
los asesinos antes de eliminar a alguien se persignan y encomiendan, igualmente
hacen los asaltantes de bancos y otros pillos, si, así actúan o peor aún como
sucede en la economía venezolana donde el adiposo Maduro usa en sus escasas
condiciones una frase aprendida como si fuera un coturno donde pueda pararse: “Dios
proveerá”, no, no es así, no se provee de esa manera, sin un plan, sin un mínimo
objetivo, sin una meta, pero podemos entenderlo, porque para el conductor de
buses, la única situación es seguir avanzando con el inmenso vehículo hacia el
abismo. Me temo que no podemos esperar más de él y su torcido modo de ver la
vida, de manera que piense, hágase el propósito cierto de avanzar en lo que más
le gusta, lo que más le subyuga y junto con la providencia trabaje hasta el
cansancio para que pueda mantenerse, “entre el bien y en mi caso, la mar que es
la fuente inmensa de mi inspiración”
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