“EL CAPITÁN
ALATRISTE”
Todos
los militares de carrera somos un poco épicos, me temo que lo hemos aprendido
de la Madre Patria España. Los del Ejército se creían el alter ego de George
Patton, José A.Páez. Otros más chuscos y ramplones como Hugo Chávez se juraban
como aquel asaltante de caminos a quien el muy idiota idealizó de nombre
Ezequiel Zamora, pero todos muy épicos. Los marinos como yo, nos sentíamos como
el Almirante Spruance o Chester Nimitz, pero no en cualquier circunstancia sino
en el Océano Pacífico con nuestra flota de portaviones luchando contra el Imperio
Japonés.
Nada
teníamos que demostrar, estudiábamos con denuedo la táctica naval, la aplicábamos
a nuestros impecables buques de guerra, no usábamos condecoraciones, porque los
operativos éramos eso, la columna vertebral de la Armada y nos creíamos el
ombligo de la organización o ¿tal vez lo éramos? En fin, pocos querían ir a
tierra, era para mí un lujo, un privilegio una divina arrogancia decir cuando
nos conseguíamos a un terrícola en donde y con quien trabajábamos.
Aquel
gris oficial de tierra, me dijo una vez, pensando que me vería agradecido: ¿le
he solicitado la cinta naval por actos distinguidos en tiempo de paz? Y yo tan
solo pregunté: ¿y cuál ha sido mi acto distinguido, fuera de navegar, aprender,
operar y hacer guardia a bordo? Y podrán imaginarse su reacción.
El
Capitán Alatriste es un personaje de una saga hecha impecablemente por el
escritor y marinero español Arturo Pérez- Reverte, una historia épica de un
soldado que se ganó la vida con la espada y después del Quijote de Miguel de
Cervantes y Saavedra, pensé que nunca más leería historias épicas, pero no lo cumplí,
porque esta me enganchó, me sedujo y Alatriste era un guerrero que con cierto
desprecio rehuía las condecoraciones, los halagos, las lisonjas.
El
personaje fue buen amigo de Francisco de Quevedo, imagínense que dicha, el
escritor por antonomasia del siglo de oro español y Alatriste le llegó a decir,
palabras más, palabras menos: “todos te quieren como amigo, pero pocos como
enemigo”, por cuanto sus letras era tan letales como la afilada espada y por
ello purgó prisión, por orden expresa del Rey Luis IV.
Quevedo
escribió: “El que pasa tiempo arrepintiéndose del pasado, pierde el presente y
arriesga el futuro”; ¡que frase, que inteligencia, que audacia, que vigencia la
del dramaturgo, poeta, escritor”
Ser
español es una actitud, de acuerdo a Antonio Gala y yo agregaría que en todo español
hay una suerte de Alatriste, valiente, peleón; conseguimos en los españoles de
letras como Pérez-Reverte, parte de Lope de Vega, de Alejandro Dumas que
inspiró la saga, también conseguimos ese monárquico comportamiento que me
encanta, hasta que llegaron los de Podemos al poder a “chusmatizar” la epopeya, a hacer ramplona y larvaria la
actitud de un gobierno venido a menos, a aplaudir un separatismo de baja laya.
¡Qué
importa! El Capitán Alatriste fue uno de los nuestros, lo sigue siendo, porque
en él me he visto reflejado, también en Quevedo, en los enemigos comunes, pero
sobre todo ahora sé porque aborrecía a personas de tierra que intentaban sin éxito
condecorarme por cosas que ellos no estaban dispuestos a hacer.
Bernardo Jurado es el autor de “La fragancia de la rebelión” y ocho
libros más, todos a la venta en Amazon y las más prestigiosas librerías de
Miami y el mundo.
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