UN SANTO
FLAMENCO
En
aquellos años me asignaron como Comandante de la Fragata Brion F-22 y recuerdo
haber llegado con mi uniforme de faena, por cuanto el buque estaba en
mantenimiento en Ingalls Shipbuilders en Mississippi. Con la clave escrita en
un papel, me dispuse a abrir la caja fuerte y me encontré con añejos papeles operativos
de mis antepasados oficiales. Abrí la primera carpeta de manila y allí estaba,
el manifiesto del buque y la firma no podía ser otra que la de él.
Seguí
hurgando y conseguí el permiso que autorizaba el paso por el canal de Panamá y
la misma firma apareció como Capitán receptor del permiso.
Por
primera vez, les confieso que escogí la muy cáustica y difícil especialidad de
Operaciones Navales desde mi primera oportunidad. Digo difícil porque de los
seis compañeros de operaciones, tan solo este servidor tuvo la suerte de llegar
a Capitán de Navío indemne de todo daño, algo casi inexplicable en aquellos años
de nuevas tecnologías y donde todo lo que pasara o dejase de pasar, en gran
medida era de la División de Operaciones de a bordo: desde la arriada de una
lancha con seguridad, el adiestramiento, el fondeo, las comunicaciones
encriptadas , la coordinación de la guerra de superficie, el control aéreo antisubmarino,
la disposición de la guerra antiaérea, la inteligencia operativa, la exactitud
en la navegación, la presentación del buque, el apresto marinero, las señales visuales
y acústicas, las señales tácticas por fonía, el correcto funcionamiento y disposición
del Centro de Información y Combate, las cubiertas y aquellos tratamientos en
micrones de caucho clorado o epóxico, también los avisos a los navegantes, las operaciónes
de búsqueda y rescate, la actualización de las cartas, la compensación del compás
y así podría seguir agregando responsabilidades que cualquier terrícola podría argüir
que no son tales, pero los que hemos vivido largos períodos de mar bien lo
sabemos, no hay descanso. Si, escogí operaciones siguiendo su ejemplo, además
creo que me gustaba mucho más el estar cerca, muy cerca de las peligrosas y
coyunturales decisiones de comando en la mar.
Cada semana, durante mi Curso de Comando y Estado Mayor, pasaba por su casa a realimentarme, a buscar motivación, a confesarme y él, estoico me escuchaba como quien lo hace con un niño, pero siempre conseguía lo que iba a buscar: buenos consejos, risas, y esa inmensa capacidad de darle la justa medida a los problemas, ni más ni menos, siempre con esa solución que ve más allá del horizonte, mientras yo me ahogaba en un vaso de agua y vuelvo a confesar que mi éxito se le debe en gran medida a él.
Cada semana, durante mi Curso de Comando y Estado Mayor, pasaba por su casa a realimentarme, a buscar motivación, a confesarme y él, estoico me escuchaba como quien lo hace con un niño, pero siempre conseguía lo que iba a buscar: buenos consejos, risas, y esa inmensa capacidad de darle la justa medida a los problemas, ni más ni menos, siempre con esa solución que ve más allá del horizonte, mientras yo me ahogaba en un vaso de agua y vuelvo a confesar que mi éxito se le debe en gran medida a él.
Hoy
está de cumpleaños, si, ochenta años y se mantiene como aquel retablo del Santo
Flamenco. Impecable, bien vestido, atlético y elegante, simpático y con esa sabiduría
dada a pocos, reservado y prudente, educado y galante.
Hoy
está de cumpleaños mi tío Héctor Ricardo Jurado Toro, hecho en madera de roble
como el retablo de 1553 en la Capilla de San Juan Bautista en Valladolid. Hoy
cumple años el pilar de esta familia, como bien lo dijera mi abuelo Bernardo en
sus últimos momentos. Hoy celebro su vida y doy gracias a Dios por haber tenido
a mi Padre Bernardo y a este Almirante que con frecuencia pienso que aún me cría.
Larga
vida mi tío querido.
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