MUCHAS
COSAS POSITIVAS
Era
una mesa como de ocho o doce puestos, redonda y todos éramos maduros, más bien,
entrados en años.
Un
marabino, con quien hice buenas migas al vernos, contaba un chiste que a todos
hacia llorar de risas, otros se ahogaban, tosíamos, no podíamos dejar de reír,
es de esas personas a quienes le quedan bien algunas vulgaridades vocales.
Llegó un camarero para arreglar los tragos y en ese momento todos sacaron, cual
vaqueros que desenfundan sus revólveres, sus teléfonos celulares y pasaron de
ser personas inteligentes y amables, a unos pendejos, al menos frente a mis
ojos. Unos (y también unas), reían como si no estuviésemos allí; otros ponían cara
de circunstancia, en fin, cada quien en lo suyo y yo era el único en la fiesta
y ante lo predicho me puse de pie, para retirarme y buscar la conversación de algún
humano y como si nos encontráramos bajo sospecha, bajo amenaza en un “Alo
Presidente”(aquel programa de televisión que dirigía Hugo Chávez, donde nadie
se podía parar ni a orinar, porque podría ser pechado de contrarrevolucionario);
todos me preguntaron en coro: ¿y a dónde vas?
Voy
a hacer varias cosas, les dije. En primer lugar voy a mi vehículo a buscar mi
celular para que chateemos. Porque yo lo dejé allá con la firme intención de
conversar y considero que todos y agrego también todas, son unos viejos mal
educados.
El
maracucho chistoso ya estaba serio y todos me veían, hasta que una amiga dijo:
Bernardo tiene razón y yo riposte: ¿en lo de vieja o lo de mal educada? Y todos
rieron y soltaron el aparato que no nos comunica.
Una
de las damas dijo: “es que estaba hablando con mi hija, que está en una fiesta
de una amiguita.
Y
yo pregunté: ¿y qué edad tiene su hija?
Veinte
añitos.
Pues
dígale que le mande una foto por whatsapp antes de que le quiten la ropita; y
volvieron a reír.
Las
personas han perdido todo enganche con el momento. Veía en mi facebook a un
grupo de cuatro asiáticos montados en una góndola en Venecia y el gondolero le
tomó el video desde su posición en la popa, por cuanto los cuatro estaban como
unos eunucos mentales leyendo su teléfono y perdiendo el paisaje.
He
decidido varias cosas: no ver televisión, porque puedo ver lo que quiera, el
pedazo preciso, el momento correcto, el minuto crucial de la información, en la
web, mientras esas dos o tres horas las dedico a la lectura o escritura, meditación
o ejercicio y lo segundo: persuadido como estoy de esta historia, le pongo coto
al uso del celular y lo veo por oleadas, por momentos, que no me hagan estar
como los asiáticos en Venecia o como los viejos mal educados que seguramente a
partir de este escrito que sostengo, suscribo, lidero y me regodeo en él,
dejaran algunos de ser mis amigos, aunque me temo que nunca lo han sido.
¡Lo
lamento, pero yo no soy el culpable de su pendejera!, hay muchas cosas
positivas para estar viendo el celular todo el día.
Bernardo Jurado, es escritor.
Su más reciente novela: “Volando en el ataúd”
A la venta en Amazon y las más prestigiosas libreras de Miami
Cierto por demas! Ya un mal habito que separa a los mas unidos....check six!
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