LA ÚLTIMA
ISLA
¿Conoce
la propiedad o desea el tour? Me preguntó uno de los dependientes en inglés.
En
la Marina, aprendí que debía estudiar y averiguar todo lo que se pudiera sobre
el próximo puerto al que iríamos, eso da una ventaja competitiva y brinda una visión
diferente a la de cualquier turista que se remite a lo que le diga el guía.
Le
contesté: no deseo el tour, lo que deseo es que me deje deambular por toda la
casa, ¿me lo permite? Y contestó con un “por supuesto, Señor”.
Ella,
quien ha leído y discutido conmigo la obra del escritor, estaba expectante,
porque le informaría sobre cosas que en esa casa pasaron que la prudencia de un
guía turístico, no permitirían que contara y allí en el sofá rojo le hizo el
amor a fulana (por aquello de resguardar el prestigio de la dama, pero era muy
famosa y actriz de Hollywood).
En
esta piscina se bañaba totalmente desnudo sin importar quien estuviera y este
centavo asegurado en el cemento es algo importante, porque la casa toda costó
$8000 y él estaba cubriendo los aconteceres de la guerra civil española y su
esposa como sorpresa la mandó a construir y era la única piscina de la última
isla de los cayos americanos, llamada Cayo Hueso, porque fue un cementerio
indígena donde habían muchas tumbas, pero a lo que vamos: preguntó cuánto había
costado y al enterarse, se metió la mano en el bolsillo y sacó el centavo diciéndole
a la esposa, que le entregaba su última moneda y que estaban técnicamente en
quiebra.
La
propiedad fue construida en 1851 y Hemingway y familia se mudaron en 1931 y se
llenó de gatos, después de que el padrote de nombre “Snow White”, quien había sido
un regalo de un Capitán, se reprodujera junto a su mutación de seis dedos.
En
la gaveta superior derecha de ese mueble, allí, guardaba envuelto un revolver cañón
corto entre una pantaleta de encajes de otra actriz, igual de famosa; y así seguí
y seguí explicando detalles y llenándome del espíritu de esa casa del admirado
escritor y donde hizo nada más y nada menos que obras como “Adiós a las armas”,
“Las nieves del Kilimanjaro”, “Tener y no tener”, que reposan como grandes
amigas en mi biblioteca.
Fue
mi día de cumpleaños, no podía haber sido mejor y nos sentamos en el jardín después
de haber estado en el estudio, después de haberle mostrado el cementerio de los
gatos de Ernest Hemingway, después de haber pensado en la paz que brindó esa
casa a su atribulada vida y cerré los ojos y me mimeticé entre el frondoso jardín
y el silencio.
¿Qué
te parece si tomamos un trago en el Sloopy Joe’s? y nos fuimos al bar donde a
diario iba y nos divertimos y pensamos en él, ambos, todos, porque el bar y la última
isla aún vive de su leyenda.
Como
alguna vez escribí; Hemingway fue un hombre roto, pero ha dejado una huella
interesante entre todos aquellos que le hemos leído.
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