AMORES DEL
GUAIRE
Me
lo imagino si estuviera por aquí, sembrado de verde, sembrado de paz, oliendo a
flores y solaz, con parajes llamados por estas latitudes “Rest área”, donde hay
servicios sanitarios, información para los turistas, máquinas de refrescos y
muchas otras facilidades que no tiene sentido enumerar. Si, imaginen el río Guaire
aquí en los Estados Unidos.
El
río Guaire, es uno plácido y amable, que cruza la ciudad de Caracas y es
afluente del río Tuy, me temo, porque ya no es importante y ha sido abusado por
décadas de mala educación y tercermundismo. Desde que tengo memoria, la lenidad
viaja por sus corrientes y es fétido por cuanto son los mismos gobiernos
quienes le han tomado como una inmensa letrina para desechos de todo tipo que
van a desembocar en alguna parte de la lástima setenta y dos kilómetros después.
Anoche
vinieron ellos, a quienes primero intenté embriagar con mucho vino, para que
los efluvios les hagan parecer que mi comida es la mejor. Siempre lo hago, es
un viejo truco de cocinero, pero no lo logré, porque son muy comedidos y miren
que yo los conozco, pero a lo que vamos: en aquellos años 80, el río Guaire
producto de la cantidad de basura y la insurrección de la naturaleza bravía e
indómita, pues se desbordó y ella llegaba de la universidad, tuvo que desviarse
para no perder su vehículo en la inundación y su madre mortificada, incomunicada,
sumergida; y debemos recordar que no había telefonía celular y había un
muchacho, pretendiente, era rubio con alma de negro, para sus finos gustos le
consideraba un poco chusco, además a él le gustaba la salsa, que procaz y
ordinario, ¿gustarle la salsa? , pensaba la rubia de la capital, pero le llamó para
que la asistiera, no había nadie más; y fue en su bicicleta y la madre quedó
prendada del atlético, educado, amable e inteligente al que la hija consideraba
de otra categoría, pero el agua del Guaire, mermó y la rubia aproximaba con una
amiga y le vio en acción, y quedó prendada por siempre del musculoso rubio que
baila tambores.
Mis
amables amigos me hicieron reír mucho, sobre todo ella, Doris, no mi Doris,
sino la de él que también lo lleva. Los paseos en aquella camioneta Brasilia de
la VW, aquel reproductor de sonido que revivía a Héctor Lavoe y yo en silencio
recordaba a Balzac, el genio, cuando escribió: “La suerte de una familia
depende de la primera noche” y en el caso de mis amigos Gustavo Pérez y Doris
Beatriz, infiero que fue divertida, siendo el Guaire el escenario de ese amor
de ya muchos años.
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