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Sunday, July 24, 2016

LOS TIEMPOS DE LA ISLA


LOS TIEMPOS DE LA ISLA

            Esta isla tiene sus propios tiempos. Todo es más despacio y amigable, basta con zafarse del tráfico de Brickell Avenue, sortear con éxito las cuatro esquinas y dejarse pasar por el puente que la fondea a tierra firme y ¡ya!, entramos en el marasmo, en la paz, de calles adoquinadas y árboles cuidados, de esculturas gigantes, jardines bien cuidados y personas sonrientes de haber logrado huir del mundanal ruido.

            Salimos próximos a la noche para oler libros en Book’s and book’s y cenamos frugalmente entre personas de habla inglesa, en aire acondicionado, porque en el jardín interior de la lujosa librería había música en vivo un poco ruda para mi aburrido carácter. Un sándwich de prosciutto y ensalada, una sopa de red beans y vegetales impecablemente presentada en una vajilla inmensa y se hizo la hora, paseamos entre las estanterías escudriñando, buscando, oliendo y cruzamos la calle para entrar al Coral Gables Cinema, que es un teatrito impecablemente limpio y bien hecho, todos adultos contemporáneos, todos bien vestidos y con esa actitud para la diversión con calidad, todos hablábamos bajito y la película española en inglés, se llamaba “La Isla bonita”

            Los escenarios usados eran excepcionales y fue rodada en la Isla de Menorca, ese punto en el mapa de las baleares en el Mediterráneo y hubo sexo sin exceso, comicidad a montón, originalidad en la trama y había diálogos en catalán, ¡que me encanta!

            Todos hablaban a los forasteros de los tiempos de Menorca, entre acantilados y fondeaderos apacibles e impecables, todos se sabían de allí y privilegiados de pertenecer a un pequeño ecosistema de paz y creación, todos vestían de playa pero con glamour y ese sombrero loco que a las damas les queda tan bien y aseguraban que allí las cosas siempre iban “poc a poc” (del catalán)

            Salimos del cine todos con una sonrisa llena de la sabrosura de la diversión sin licor, ni trasnocho, ni escándalo, pagué en la máquina contigua el estacionamiento y me fui, buscando mi propia isla donde conozco sus tiempos, sus lentos tiempos para escribir y leer, para rezar e idear, para crecer y amar, oler las flores que me subyugan y olvidar los pasados lejanos que me hicieron ser.

            Volví a mi isla y entendí lo privilegiado que somos todos los que en estas catorce hectáreas vivimos con la calidad de los monjes de clausura, porque ya somos extraños más allá del puente que lleva a tierra firme y ya nada nos consuela, nada nos impresiona y todo nos hace amar lo que ya tenemos. Las islas tienen su tiempo y anoche fue una buena de grato esparcimiento y solaz entretenimiento.

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