EL TRIUNFO
DE LA MALDAD
Triunfa
con inusitada frecuencia, con facilidad pasmosa, con agilidad inaudita y lo hace cuando los buenos o tal vez
los que creemos buenos, le abren la puerta y le brindan asiento.
En
el museo del Louvre en París, que posee 35.000 obras expuestas. Museo que
recibe desde 1793, cuando fue inaugurado, unos ocho millones de personas al año
y allí en un salón especial solo para esa suerte de viacrucis personal ordenado
por María de Medici, la segunda esposa de Enrique IV de Francia, está la última
de ellas, la última obra al final de la galería y fue titulada así: “El triunfo
de la maldad”, por aquella desavenencia de la intrigante reina con su heredero
hijo, quien la mandó al carajo, con toda razón.
Almacena
al menos 300.000 obras en sus sótanos y especiales depósitos y está a pasos de
los grandes e importantes edificios, como el Palacio real de París a tan solo
trescientos metros o Los jardines de las Tullerías a quinientos cuarenta y
nueve o la plaza Vendeme a ochocientos sesenta y un metros de distancia del
Louvre.
Paradójicamente
y hablando de maldad, la pirámide invertida, construida en 1989 es toda de
vidrio y posee exactamente 666 piezas, el número del diablo.
Si,
parece que la maldad fuera más eficiente, pero no lo es, jamás lo ha sido y en
Venezuela, ahora que el ciclo de maldad y pavor se está cerrando, tal vez con
cierta pupila zahorí, con equilibrios emocionales, con criterios pragmáticos,
podemos observar que lo bueno siempre renace, porque esta subyacente,
silencioso, apaciguado esperando el momento de alumbrar y disipar la oscuridad,
la brujería, la prestidigitación y los ritos de esa parte que nadie desea, ni siquiera
ellos.
No
obstante, la bondad necesita siempre nuestra colaboración, nuestra participación,
así sea con el silencio de los sabios. Requiere de poner en uso los correctos
criterios, basados en valores universales y dejarnos de ser más buenos que la
bondad, saber decir que no a las influencias de satán, no dejarnos embaucar por
los malvados corrompedores y por ende corrompidos, porque todo esto pasa por
tres acertados pasos a saber: 1. Cese de la usurpación, 2. Gobierno de transición
y 3. Elecciones libres.
¿Entonces a que vamos a dialogar en
Oslo y a Barbados?, ¿será que los buenos por inocencia abren la puerta y le
brindan asiento a la maldad? O por el contrario ¿los buenos no lo son tanto?
Malas
noticias: porque el ser inocente o pendejo, después de veinte años de
asesinatos, violencia y saqueo, no nos excusa y fíjense bien que use “nos”
donde me incluyo a seguirle el juego, porque en lo personal ya yo aprendí y
nada tengo que hablar con los pillos, al contrario, con inusitada frecuencia me
divierto pateándolos, desechándolos, evitándoles el juego social, avergonzándolos,
denunciándolos y cerrando la puerta a su maldad.
Venezuela
se ha convertido en un país de pusilánimes, del pobrecito estructural, de la tontería
humorística de las cosas más serias.
La
maldad solo triunfa, si lo permitimos.
Bernardo Jurado es el autor de “La fragancia de la rebelión” y ocho
libros más, todos a la venta en Amazon y las más prestigiosas librerías de
Miami y del mundo.
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