PAISAJES
CON FIGURAS
A
esta altura de la vida, desde que vivo y soy feliz en este otro país, no por
mala memoria, sino porque así somos los humanos que intentamos ser resilientes,
solo recuerdo paisajes con figuras, pero siempre casados estos a personajes que
siguen estando en la vida.
No
recuerdo nada de mi infancia, sin mi hermano Héctor, nada. Todo lo compartimos
inclusive la ropa, pero no las novias. Teníamos la obligación sin discusión de
ir juntos a todas partes y fuimos creciendo, creo que fue una buena idea de
nuestros padres obligarnos a ser amigos, porque lo lograron sobradamente, ya sabían
que la vida nos obligaría a tomar caminos vocacionales, seguramente distantes,
absolutamente distintos.
Tampoco
recuerdo mi infancia sin querer ser oficial de la Marina de Guerra, que es así
como en aquellos años se llamaba, para luego adoptar el correcto nombre de “Armada”,
mientras el, Héctor Enrique, curioseaba con cucarachas, culebras, pollos,
perros, gatos y cuanto bicho existiera sobre la faz de la tierra, porque desde
que abrí los ojos, le recuerdo diciendo que quería ser veterinario y lo logró
sobradamente.
Mi
tío Santos, ya en la adolescencia, con supremo secretismo, le regaló 800 bolívares,
para comprarse un caballo más feo y flaco que el Rocinante del Quijote de la Mancha. Era blanco y macilento y
lo llevó a casa, creo que como una prueba cardiaca para mis padres y resulta
que no les dio el infarto y lo
permitieron. El tal Rocinante era bañado a diario, alimentado y amado por todos
y comenzó a engordar y a fortalecerse, ¡eso lo hace el cariño!
Se
graduó de veterinario, pero eso no era suficiente y siguió estudiando. Aplicó
acupuntura a los animales de su consulta, también flores de Bach, terapias de
todo tipo y se hizo un gurú. Más de veinte años de estudio en las influencias
emocionales de los dueños de las mascotas sobre estas, han hecho de Héctor un
verdadero sabio. Se fue a la Argentina y se hizo maestro en la doma de caballos
sin violencia y he visto milagros con el propio y cerrero caballo de mi hijo
Roberto.
En
uno de esos paisajes con figuras que recuerdo, llegué con él a ese terreno
donde tenía al ya fallecido “Tabaco”, un bello ejemplar de unos 500 kilogramos
y estaba en el monte y de repente silbó, se oyeron galopes y venía me temo que
sonriente al encuentro de su padre, se detuvo, bajó la cabeza y pasó con su
actitud de ser un imponente equino a un sumiso perrito faldero.
Fundó
la asociación del caballo criollo y rescató la raza de los libertadores, la
aisló genéticamente. Un caballo de mejor sangre que el camello para el
desierto, mejor sangre que la mula para la selva, mejor sangre y aptitudes que
un jeep cuatro por cuatro.
Estamos
de luto, porque la semana próxima pasada se ha conseguido muerto por un fatal
accidente a su otro bello caballo: “Ponche crema” a quien nunca conocí en
persona, pero que recordaré en ese paisaje, lleno de figuras.
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