LA RUBIA DE
ORLANDO
La
puerta de vidrio automática se abrió frente a mí entrando al hotel donde había
reservado para pasar la noche en Orlando.
Un
hotel normal y limpio como todos los de por aquí, pero al entrar me llamó la
atención especialmente, una dama rubia muy arreglada, que limpiaba la puerta en
el costado izquierdo. Fue selectiva la mirada, se cruzaron, nos cruzamos y al
llegar al counter, me pidieron que tomara un café, por cuanto nuestra
habitación estaría lista en poco tiempo, en minutos.
La
rubia soltó el trapo y tomó la escoba; y nos veíamos, hasta que por excusa le
pregunté algo que no recuerdo y descubrí lo que quería; era venezolana de la
Guaira, con apenas meses de haber llegado y estaba motivada, contenta, grata.
Esto
está sirviendo para algo bueno, como ya he escrito un par de veces, somos
mejores, más sencillos, más sensibles, más humanos y ambas, tanto mi novia como
ella, hicieron buenas migas inmediatamente.
Desde
aquí pareciera que no es una tragedia sino una gran lección. Desde allá es el
horror, la muerte y la oscuridad.
Ambos
extremos en cualquier momento coincidirán cual uroboros, cual maestro eterno y
alumno listo que no permita nunca jamás la ascensión al poder de los pillos
improvisados del mal y las aberrantes doctrinas que no nos pertenecen.
Me
dio mucho gusto conocer a esa dama, ejemplo de templanza, porque debo aclarar
que su fina fenotipia la delataba como mujer educada, madura y que entiende que
esto es solo un pequeño paso hacia su crecimiento. Me dio gusto encontrármela y
que nos reconociéramos al vernos, porque la reconocí, sabia de alguna manera
inexplicable que era compatriota, porque simplemente son diferentes,
distinguidas, bonitas.
Las
cosas en estos tiempos están cambiando y para mejor, hemos dejado de ser
aquellos arrogantes que por allá a principios del 2000, veía con el “está
barato dame dos”, veía también al barrigón chusco y vulgar, de empleo desconocido
que venía por estas tierras de trabajo y leyes, con aquella suerte de
prostituta operada y pre pagada, de luna de miel, a restregarnos a todos
aquellos que surgíamos, que nos reinventábamos, que prestábamos un servicio
honesto como la rubia de Orlando, sus dineros seguramente mal habidos, mientras
la curvilínea, le gritaba: “Papi, yo también quiero esa cartera” en pleno
pasillo del Dolphin Mall.
Fuera
del problema, las cosas parecen y son más claras y ruego que nadie me crea,
pero el venezolano actual, a punta de palos, ha aprendido que es la observancia
de las reglas, es la ayuda al prójimo, es en el buen servicio al turista, es en
el trabajo y no en la arrogancia, la flojera, la mordida ante cada transacción
que debería ser gratuita, como se hace un país.
Me
da risa esta Venezuela de la lenidad, esa que también yo conocí y que quiero
olvidar, porque a esa no la quiero ni me hace falta, no la extraño y mucho
menos recuerdo.
En
este Diciembre que ya termina, hay trabajo todos los días. ¡Es así como se
hacen las cosas!
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