AMANECER EN
SOUTH BEACH
¿Ya
vas a auto flagelarte otra vez?, ¡todavía no ha amanecido!, ¿A dónde vas?, ¿Qué
te hace levantarte a esta hora infame un sábado?
Mi
habitación estaba helada y ambos sumergidos dentro el grueso edredón de plumas,
pero como siempre pasa, algo me hace eyectarme de mi aposento, porque ya tendré
la muerte para descansar.
Voy
a ver el amanecer a South Beach y a caminar un largo rato por la playa, le dije
a ella, con amabilidad.
Llegué
y me quité mis zapatos de navegación, no quería que nada interrumpiera el
contacto con el planeta, saqué mi armamento, mi viejo rosario de plástico que
me ha acompañado creo en las últimas dos mil millas caminadas y estaba
encapotado el tiempo y el sol tapado entre las nubes.
Pensaba
que sería el único en la playa, por lo menos en ese sitio del Distrito histórico
del Art Deco, pero no, antes que yo habían llegado unas cuarenta personas que hacían
Thai Chi, más allá un par de rubias haciendo una sesión fotográfica que incluía
ardientes besos en la boca y yo me preguntaba, rosario en mano ¿Cómo hago para
participar en la fiesta?, son esas cosas de la a veces frágil fe y seguí
caminando, para sentir la lujuriosa mirada de una venerable señora que no podía
tener menos de ochenta años, sentada en una silla multicolor con las tetas al
aire y le tiré un beso y me dio una sonrisa.
Siempre
comienzo mis oraciones con la mágica gratitud. Agradezco la familia, la salud,
la prosperidad, los afectos, el aire que respiro y también me di cuenta que el
sol estaba saliendo y tapado por las nubes y agregué: aunque el sol está tapado
y no puedo verle en todo su esplendor, lo siento en mi piel y sé que está allí como
tú, mi Dios y me tuve que detener, detuve mi caminar por la impresión, no por
las tetas de la señora sino porque las nubes se apartaron de una manera que jamás
había visto y el sol asomó toda su fuerza calórica, esplendorosa, amable y para
mí, ¡impresionante!.
En
el minuto cuarenta y cinco de mi larga caminata decidí entrar a las cristalinas
aguas que observaban buenas olas, donde algunos peludos surfistas aprovechaban
sin receso y me vi tentado a nadar hacia el océano pero la experiencia descrita
en el artículo de ayer, más mi avanzada edad que no siempre implica madurez, me
gritaron que no lo hiciera por la resaca.
El
amanecer en South Beach es un privilegio. Uno va por paz y consigue a una
pareja en sus mejores galas, amanecidos y susurrándose lujurias, uno va por sosiego
y están ellas besándose y atribulando las bajas pasiones, pero todos sin excepción
estaban de cara al sol, a ese sol que pienso que salió para mí, mientras rezaba
el salterio angélico.
No
es una auto flagelación levantarse tan temprano para ver el mayor de los espectáculos
y el más grande milagro de Dios, el cual es un día después del otro.
Hola y saludos, me encanta tu vivencia que relatas con tanta armonia poética en prosa simple, clara y transparente bien iluminada por ese ser supremo y ese sol que no debes apropiarte, es para todos quienes todavia respiramos, te felicito por tu energia en la caminata y por tu fuerte FE que nunca es débil...también me encomiendo y doy gracias, a dios, varias veces al dia, sigue cuidandote para seguir teniendo infames horas de eyección del aposento....
ReplyDeleteexcelente y hermosamente relatado, como igual me parece extraordinario el comentario precedente de un príncipe de las aguas, Emir AL Bajar! de nuestra armada
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