UN DESNIVEL
INICIAL
El
superintendente del club, un americano originario de los pantanos
mississipianos, llenos de caimanes, larvas de todas clases y zancudos ponzoñosos,
medía como dos metros, afable, simpático y gran relacionista público, me invitó
a un round de golf en aquel antiguo campo en las tierras de Luisiana.
El
calor era infernal en ese verano pegostoso y recuerdo en el hoyo tres un
inmenso árbol en el medio del fairway y no pude menos que preguntarle porque
eso rompía todas las reglas: “ya sé que el árbol, el centenario árbol, rompe
las regulaciones, pero es que él estaba allí antes de construir este campo de
golf que ya ha cumplido cien años y no lo vamos a quitar”
Mientras
conversábamos, estaban frente a nosotros a unas doscientas yardas, cuatro
hombres, esperando su segundo tiro y de repente con tranquilidad pasmosa, el gigantón
tomó su radio y pidió una ambulancia. Todos gritaban pidiendo auxilio, nosotros
corrimos hacia allá mientras él me decía, “espero que no haya otro muerto, la
semana pasada murió uno por exceso de calor” y ya era muy tarde.
Mario
Benedetti, llegó a escribir que entre su padre y su madre había un desnivel
inicial en materia intelectual. Uno, químico de profesión y lector asiduo y la
otra ama de casa y sin siquiera primaria y él creía que eso hacia una
diferencia, no obstante vivieron casados hasta donde yo sé.
La
vida posee desniveles, imperceptibles, casi llanos, de pendientes angulares mínimas,
en el tablero de damas chinas donde puedes mover las fichas, hasta que algo o
alguien le dan una patada y todas caen al suelo. Con frecuencia hago el
ejercicio de ver mi propia vida en retrospectiva, me veo fuera de mí, viéndome sentado
en mi mesa de trabajo, o hablando en la televisión, jugando al golf en New
Orleans, Washington o Miami o nadando en el océano como si tuviese una visión desde
un dron, cosas todas que me han pasado y que con frecuencia tenderé a repetir,
pero al verme en retrospectiva corrijo los entuertos de aquella jugada de la
vida sobre el tablero y me explico mejor: no me refiero a la jugada del golf, sino
a la piedad con la que pude atender a aquel pobre hombre que murió por “hot
stress” en el campo cuando me arrodillé junto a él, he debido tomar su mano,
secar su sudor, hacer una oración, sonreírle mientras aun podía verme y no lo
hice, estaba congelado, aturdido, impresionado como si a mí mismo no me pudiese
pasar.
En
el tablero de la vida, con frecuencia los desniveles no se notan, cuando se actúa
con amor, como a los padres de Benedetti, el gran poeta, el ensayista por
antonomasia, el dramaturgo, el exiliado, el novelista amable y de buen humor
que habiendo percibido entre dos de sus más grandes afectos ese “desnivel
inicial”, los amó sin condición y con la piedad correcta, porque somos
encantadoramente imperfectos, desiguales, inconformes, pero al final todos
somos las fichas del gran tablero de “damas chinas”.
muy candoroso este escrito tan humanamente acertado. vivo en esos desniveles, a veces soy el de la cota alta y otras el de la baja; por eso, Dios pasa su payloader y nivela y donde sobra rebaja y donde falta rellena con amor y perdòn.
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