Y LO VOLVÍ A HACER
Con
mi taza de café en mano, me asomé en mi balcón que da hacia el oeste y que me
permite adivinar como estará saliendo el
sol, solo adivinar; y allí me entra esa irrefrenable pulsión de ir al mar.
Apuro
el café antes de que el milagro se acabe y salgo corriendo descalzo, semi
vestido o casi desnudo y al tocar la arena todo cambia.
Camino
unos treinta y cinco minutos agradeciendo y luego, lo vuelvo a hacer, la mar me
llama y me lanzo hacia lo profundo, siempre viendo al sol, siempre conectado ¿con
la fuente?
Sí,
creo que es una fuente energizante, inspiradora, ¡un milagro! Solo dado a las
personas que queremos entender que somos seres espirituales y nado y nado hacia
más allá de la prudencia.
Algo
me detiene y vuelvo a ver el sol para preguntarme: ¿Qué carajo hago aquí?, ¿no
es más cómodo estar en mi cama?, ¿Por qué no puedo holgazanear como lo haría cualquier
persona amaneciendo en domingo?
Estaba
lejos, muy lejos de la orilla en las cristalinas aguas oceánicas del Este de
Miami, siempre en el mismo sitio que me subyuga, allí, en el Distrito histórico
en la calle 1. Aseguro que es una bendición vivir aquí y como lo dijera mi
colega Martín en aquella cena en casa: “todos aquellos tontos socialistas del gobiernucho
de Chávez que intentaron sin éxito arruinarte, quisieran vivir la vida que
ahora llevas” y creo con suma humildad que tiene razón, porque seguramente no
quieren vivir mi vida sino una parecida, porque para vivir la mía se debe tener
algunas características que no se pueden descubrir ni conseguir en bajas energías
como el odio, la envidia o el resentimiento que son el combustible de las
revoluciones, por el contrario, el solaz, el silencio, la lectura y las risas,
el amor, el desprendimiento y la sencillez son mi combustible que ha desarmado
lo oscuro y siempre da luz.
Lo
volví a hacer. Cosas hay que me obligan a estar alerta como la mar, el olor a
incienso de la Iglesia de San Judas en la calle 15 de Brickell, las viejas
bibliotecas públicas y las bellas damas.
No
sé qué me lleva a nadar al filo de la imprudencia, es una suerte de prueba a la
que tal vez mi ego, mi enemigo número uno, me quiere decir que no soy tan
joven, fuerte y capaz como antes, pero no me importa, no lo hago por él sino
por mí. Nadar en el océano es una terapia de sanación y de encuentro entre el
inmenso poder de la naturaleza de Dios y este mortal minúsculo. ¡Alto!, ese es
el motivo, el querer sentirme minúsculo ante la grandeza, ¡lo he conseguido! Y ahora
que lo entiendo, contra la crítica de mi asustada mujer, ¡lo volveré a hacer!
bonita comunión marinera. bautizo de sal cotidiano, embrujo inmortal!
ReplyDeleteBuena reflexion. Sigue haciendo lo te plazca en la vida. Pero a veces, escucha a tu mujer. Ellas ven más allá de lo que podemos ver nosotros!
ReplyDeleteSaludos Jr, y hazlo siemore que puedeas, el nadar es el mejor ejerciciio que podemos hacer los humanos terrestres, comprobado cientificamente, ejercitas todos los sistemas fisiologicosde esto que llamamos cuerpo, desde el linfatico, pasando por el motriz y el respiratorio, sin dejar atras el nervioso, cuidate, pero hazlo cada vez que puedas...por supuesto con las seguridades de rigor,,,saludos y cuidate..
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