UN COQUETEO
LUNAR
Hoy
fue un gran día, si señor y en el sitio donde me gusta, en la mar.
Como
hacen casi todos los escritores, me levante al alba hoy domingo, me vestí
apresuradamente y salí raudo en mi vehículo, a buscar historias, aunque con
frecuencia me temo que son ellas las que me consiguen cuando llego a la cita,
porque en cada humano, en cada grupo, en cada sitio hay una historia lista para
ser contada, para darle forma literaria, lista para salir a la luz por nimia
que creamos que es, pero hoy fue excepcional. Imagínense que corrí por más de
cincuenta minutos, con esos zapatos especiales que me regalaron en Diciembre
cuando se enteraron que me inscribí en el maratón de Miami y debo confesar que
su tecnología es excepcional.
Al
llegar a mi sombrilla un poco deshidratado, me tiré en la arena a beber agua
como un náufrago, luego me arrastré hasta la orilla de la helada mar y me
sumergí, tal vez buscando un choque térmico que acabara con el día, pero no lo
logré. Tome sol, mi celular crujía dentro de la bolsa, seguramente de mis
amigos desesperados llamando desde un bar y yo observaba en silencio las
tranquilas y verdosas aguas del golfo de Méjico, si, fue un día de excepción donde me volví a
conectar con la fuente del pensamiento y la creación, un día donde me sentí
vivo y joven, fuerte y saludable.
Estimando
las dos y cuarenta de la tarde, el hambre era copiosa por decir lo menos y aun
con el agua salada me vestí en mi carro, mis viejos shorts de navegación, una
camisa ajada con la que navego a vela y mi gorra de “Marco Island” comprada
hace años en una tienda barata de cosas de playa y por supuesto, descalzo,
porque ya bastantes zapatos uso en la semana.
Llegué
al bar de pescadores burgueses y paré mi carro entre Maseratis, Rolls Royce,
Mercedez Benz y Cadillacs y me alegré al ver a todos en una facha similar y con
las mismas intenciones de beber la cerveza de la temporada, pero yo solo tomo
una, el camino a Miami es largo y tedioso, aunque escuchando el disco de Bach
que me regaló el Dr. Jacinto, mi mente llega más rápido que yo.
Al
llegar a casa tomé una ducha, preparé un arroz verde al estilo peruano, con
camarones, muchos camarones y bajé a atender el segundo llamado de la mar del día.
Rasurado y con ese pijama negro que parecen unos cómodos pantalones, me senté
en el banco de la esperanza y al levantar la vista estaba ella, la luna llena;
y se veía tan solo su mitad derecha, porque estaba tapada parcialmente por un nubarrón
negro. Se escondió otra vez y yo sé que me veía y volvió a aparecer. Los
vientos del Noreste a unos doce nudos, movían las nubes y ella, la luna, me
coqueteaba, me lisonjeaba sabiendo que es bella.
Hoy
disfruté de un coqueteo lunar.
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