EL CANTO DE LA SIRENA
Dedicado a la Memoria de Oscar Cohen
- ¿Y tú no puedes salir a navegar como cualquier
persona normal, tiene que ser de noche?
-Yo te voy a decir una cosa Bernardo Antonio, si tu mañana
a esta hora no estás aquí en el muelle, voy a llamar al FBI, a la policía, a
Donald Trump y la NASA para acusarte de intento de asesinato.
- ¿Y a quien voy a asesinar? Contesté tranquilo.
-Pues a mí con estos nervios ¿o es que tú crees que no
me preocupo?
-Te pones bloqueador solar y nada de nadar en el océano,
allí tienes el termo con café y tu libro.
Había
calculado el zarpe mientras hubiese sol, eran las siete de la noche, bordeé
Brickell Key y tomé el canal de navegación del puerto de Miami hasta la boya de
recalada, dejando por mi estribor a Fisher Island y el velero se movía bastante
al encuentro con el océano. Mostré la vela mayor con un rizo e instalé mi
marinero aparejo entre la caña del timón y la botavara, a manera de tener un
piloto automático de dos siglos de antigüedad.
Un
viento del este de quince nudos me arrullaba y tomé rumbo sur este para
apaciguar la mar y me serví un café negro sin azúcar, como lo hacía en la
Armada. Me acostaría a las doce y me levantaría cada hora a chequear mi posición.
Fue una buena noche y en la mañana me levantó la luz del sol y ese silencio extraño
de las velas y jarcias sonando. El barco estaba demasiado tranquilo y corrí a
cubierta para observar que estaba en una alta presión atmosférica, sin viento y
salía el sol majestuoso y los azules, el del cielo y el de la mar se fundían en
uno solo y me desnudé, me hice firme a la cintura un cabo de cien yardas y me lancé
a la mar infinita. Mi velero me miraba envidioso y yo le tiré un beso.
La brisa
comenzó a subir tenue y puse rumbo a Miami, nos separaban cincuenta millas. Desayuné
y más café, abrí mi libro de turno y no pude leer, las escuchaba, me gritaban
para que no perdiera mi atención, porque son celosas, si, las sirenas.
El
domingo, mi amigo Oscar Cohen falleció a bordo de un ala autónoma al norte de
la Florida. Veinticinco años de experiencia volando y ocurrió, simplemente ocurrió,
pero él escuchaba el grito de Ícaro.
Estimados
lectores, no se permitan morir con su música por dentro, inténtenlo, escuchen a
las sirenas o a Ícaro, pero no lo permitan. Me temo que Oscar sabía bien a que
se enfrentaba y aun así lo hacía.
Ya veía
a la bella Miami a poco más de ocho millas de acuerdo con mis cálculos medievales
y entraría con pleamar, pero lo más importante es que había conseguido lo que había
ido a buscar, había escuchado el canto de las sirenas, porque para aquellos incrédulos
yo las he visto en el planeta de mi imaginación.
Paz a
su alma buena.
juradopublishing@yahoo.com
Amén 🙏 QDEP
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