EN LAS AGUAS DE GUIRIA
‘Muchachos,
pónganse cómodos que estos son ingleses y el que se vaya primero pierde’, le
dije a mi tripulación en el puente.
Había
llegado al punto de patrullaje en la frontera con Trinidad y Tobago y allí
estaba el buque incursor. Se descubrió en plena frontera marítima, unos metros
hacia Venezuela un yacimiento petrolero y en esas aguas, de manera intermitente
pasé seis meses de mi vida. Era la postrimería de los noventa y yo estaba feliz
de poner orden en ese desorden y recuerdo a todos aquellos pescadores que
metimos presos, si, pescadores trinitarios y guyaneses, además el tráfico de narcóticos
no es normal. Me temo que le pusieron precio a mi cabeza, pero tendrían que
conseguirme en la mar, a Güiria entraba solamente a reabastecer combustible que
reconozco era excelente, luego esperaba la pleamar y zarpaba.
Son
aguas extrañas esas, allí confluyen las fuerzas nada despreciables de la salida
del río Orinoco, junto con el encuentro de la fachada Atlántica y el mar Caribe.
En
las noches, en Puerto de Hierro, que está separado por quince millas náuticas de
Güiria, podía ver el resplandor de las luces de Trinidad, que están a unas
dieciocho millas, de hecho, conocí tanto esas aguas que decidí hacer mi tesis
de la Escuela Superior de Guerra Naval y del postgrado de Gerencia Empresarial
de la Universidad Central de Venezuela en
todos los incidentes marítimos de ambas repúblicas a lo largo de la
historia.
Son
aguas bravas a veces, muy bravas. Las mareas pronunciadas como ningún otro
sitio que yo haya visto y en una bendita noche, aproximaba ya al Puerto de Güiria
de la Costa. Yo estaba exhausto, ya podía ver el faro de recalada y algo en el
agua me llamó la atención. Ordené moderar las maquinas, ese algo estaba
directamente en mi rumbo, solo veíamos sombras, resplandores y sospechas. ‘Para
maquinas’ ordené de repente. Frente a mí, estimando cincuenta yardas escasas,
se encontraba el tronco de un árbol vertical, en un remolino, que daba vueltas
como poseso por el diablo, un árbol que podría tener el diámetro de un carro pequeño
y que de haber colidido con él, hubiese podido hundir a mi buque patrullero.
Improvisados
marineros, ambiciosos e irresponsables, han intentado llevar a una veintena de
venezolanos en precarias embarcaciones de Venezuela hacia Trinidad y Tobago,
que querían huir por siempre de la hambruna comunista y la ineficacia del
gobierno. Han zozobrado y han encontrado a tan solo seis millas de Güiria a
diecinueve cadáveres hinchados flotando, entre los que había niños y mujeres.
A
este gobiernucho de pillos le importa un carajo y ni siquiera se han pronunciado,
porque eso le quitaría tiempo en pensar como hacer mas maldad, como robar lo
que queda, como saquear el honor, la dignidad, la vida de todo aquel que vive
en las aguas de Güiria, del querido y recordado Güiria, donde hicimos el bien,
donde pusimos orden, donde protegimos las vidas de todos.
Alguna
vez lo escribí en este espacio: ‘No hay cruces para los muertos en la mar’, paz
a sus almas buenas.
Bernardo Jurado pertenece a ‘Jurado
Grupo Editorial’, con representación en USA, Madrid, Chile, Ecuador y Costa
Rica, para escritores nóveles y consagrados.
Más bien se han encargado de mofarse de las víctimas, incluso con comentarios grotescos y crueles que ni a Lucifer se le ocurren. Queriendo ser graciosos y se vio el caso que los alienados acólitos se fueran del chiste macabro. Realmente están enfermos de crueldad.
ReplyDeleteEso de la confluencia de las corrientes, creo que hasta Colón lo describió. No puedo imaginar la desesperación que habrán sentido esos compatriotas.
ReplyDeleteYo había pensado en esa posibilidad de salir por Güiria, pero la desecho. Pero es que el desamparo que vivimos prácticamente "impulsa" a la gente a buscar, a ciegas.
Magnífico artículo, me movió el piso, como dicen.