LA SEÑORITA
EGLEE
Probablemente
sea cuestión de mi avanzada edad, pero los años y las bendiciones siempre
funcionan para algo bueno, se lo contaba a Mike ayer, esto de tener más de seis
décadas nos afina la pupila zahorí, ayuda a conseguir esos manantiales subterráneos,
pero paremos ya, porque suena todo esto un poco cursi y de alguna forma lo es
por lo que paso a narrarles con agradecimiento.
Estaba
en mi cuarto grado de primaria en el colegio Santa Gema, que lleva ese nombre
por Gema Galgani que nació en Camigliano, cerca de Luca Italia el 12 de marzo
de 1878 y tenía casi los mismos veinte años de la señorita Eglee cuando la atacó,
a la santa, una enfermedad para entonces incurable: tuberculosis de la medula
espinal de acuerdo a lo que señala mi viejo libro sobre la vida de los santos.
A
lo que vamos, que el tiempo pasa y con él mi recuerdo, porque Eglee era la
maestra más dulce y amable, ya era una persona adulta de unos veinte años, como
antes lo dije y continúo enamorado de ella y cuando hablo de enamorado es
porque sentía o, mejor dicho, siento amor, ¿y como no sentirlo? Si es que ella,
sus gentilezas, su vocación y su belleza me formaron.
Hace
dos días hablé con ella, con la Señorita Eglee y para mí fue un momento muy
feliz, porque los buenos maestros siempre viven en el corazón, la mente, los
recuerdos, el cariño, el aprecio de sus ancianos alumnos como es mi caso.
La
señorita Eglee se reía muy bonito, mientras nos explicaba biología, ciencias de
la tierra o una mejor y mucho más necesaria en estos tiempos de barbarie:
Urbanidad y buenos modales que llamaban formación moral y cívica, recuerdo la caratula
del libro, recuerdo mi pupitre cercano a la ventana que lindaba al patio de mi
bello colegio y me estoy pasando con la palabra bello: bella Eglee, bello el
colegio, bella la iglesia, bellos los padres pasionistas que nos formaron,
bella la infancia en su totalidad, llena de futuro, llena de concordia y del
orgullo de ser venezolano, católico y buenas personas.
La
sigo admirando y amando, en ese orden y con el entendimiento inteligente de su
esposo y mi esposa, porque es otro amor, es otra cosa, es otro premio este de
ser su alumno y como lo dijera Lord Byron: ‘’El amor es una claridad del cielo,
una centella del fuego inmortal…’’ eso es lo que sentíamos sus alumnos por la señorita
Eglee. Si, hacen dos días, hablé con ella y mi infancia se abarluó amable en los
recuerdos.
Gracias,
maestra querida, lograste inspirarnos.
www.juradogrupoeditorial.com
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