DEJA QUE SALGA LA LUZ
Después
de la encantadora playa en la costa oeste de la Florida, donde recargué mis a
veces perdidas energías de tanta actividad pública, eventos, cenas, almuerzos a
los que con frecuencia no quisiera ir, pero no puedo negarles que me divierten
y forman parte de mi trabajo al que también considero una diversión, porque
tengo dos vidas, no les he contado: una formal, muy formal y profesional en el
Puerto de Miami, la llamada Capital de los cruceros del Mundo y otra, la de
escritor y editor que requiere de la encantadora interacción humana en esta metrópolis
a la que amo.
Me
fui todavía con el agua de la mar en mi epidermis, con ese raído short y mi
vieja t-shirt, a comer pescado frito con las manos, mientras mis amigos tomaban
champaña en el club de Polo y me mandaban las fotos por WhatsApp, como si
quisieran darme envidia; y pedimos un par de cervezas heladas, porque siempre
hay tiempo para tomar champaña y me senté en la barra frente al paso sigiloso
de las embarcaciones de pescadores que entraban al canal, pero me enamoran esos
momentos burdos y salados; me recuerdan a mi pasado de marinero en Puerto
Cabello y sonó mi celular.
Luis,
mi alumno y colega de la marina, tenía que hacer un ensayo sobre la vida de
Hemingway, para sus estudios en no sé cuál universidad en North Carolina y
adivinen a quien llamó y hablamos largo rato sobre la vida del autor y llenamos
las mentes con las “nieves del Kilimanjaro”, “Fiesta”, “El viejo y el mar”, “Por
quién doblan las campanas” y por la confianza de tantos años, tomó un tono
grave para decirme que no todos mis artículos le gustaban, sobre todo los de política,
que a su gusto les son más amables los espirituales y tan solo contesté: ¡a mí también!
Todos
los escritores lo hacemos para ser leídos, pero me temo que a esta altura ya no
me importa mucho. Escribo realmente porque tengo que escribir, porque soy un escritor
y punto. Es una manera arbitraria de tocar este instrumento de tan solo veintiocho
notas ¿factorial?
Una
ex mía, viendo como me divertía escribiendo, con disciplina, arrojo, sonriente,
me llegó a decir: ¿Por qué lo haces si eso no da dinero? Eso ocurrió hace unos
diez años, cuando decidí ser lo que ahora soy y en aquella oportunidad, viendo
su cara de ignorancia y también su protuberante y casi desnuda grupa, tan solo
le dije algo que aún sigo creyendo, allí les va: “El destino del escritor es
muy subalterno al de sus escritos” y el tiempo y mis lectores son testigos
fieles de todo esto, cuando este espacio posee artículos con más de treinta y
cinco mil vistas en una veintena de países.
Que
no le gusten algunos de mis escritos me parece muy bien, porque a veces a mí
tampoco me gustan. Simplemente obedezco a ciegas la música que compongo y
siempre digo: deja que salga la luz.
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