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Friday, June 6, 2014

EL MENU DE LA MADUREZ

Bajé al sótano, donde se encuentra el gimnasio donde sudo mis dos litros diarios, rodeado de máquinas extrañas y gordas húmedas llenas de colesterol, pero vestidas a la más reciente moda del fitness y decidí sacar a mi arrogante perro a caminar. Recogí, como manda la ley, su deposición y lo subí a mi reciente apartamento, donde tomé las pesas de cinco libras que acompañan mi sobrepeso y salí a caminar alrededor de la Isla. La cantidad de damas que corrían como si las persiguiera un monstruo a punto de tragárselas, me impresionó. Todas bellas, todas sudadas y bronceadas de horas de ejercicio al aire libre, todas con ese abdomen que me hacía sentir obeso y fuera de forma, todas insultaban mi ego y yo las veía también a todas y ellas a mí no. Creo que las lycras han sido un gran invento que nos permite imaginar sin mucha imaginación las formas debajo de ellas, debajo de esas curvas y contornos groseros y a la vez ampulosos. Maduras y jóvenes, ¡no había distinción! Luego de dos largas vueltas por las cominerías frondosas de flores exóticas, viendo a la mar por mi izquierda, recibiendo los saludos y los buenos días de estas personas del primer mundo, que con gentileza permitían mi estancia en su ecosistema, decidí quitarme los zapatos y sentarme en lo que llamo el banco de la esperanza, frente a la bahía, a solas, viendo al Este y con el sol aun a unos treinta grados de altura y recordé a Cristóbal Colón: “La mar dará al hombre la esperanza, como los sueños al dormir” El sosiego y la paz vino ipsofacto, olvidé a las gordas del gimnasio, empezó para mí una tranquila y absolutamente relajada meditación y cerré los ojos para tan solo percibir olores y sonidos rededor y entendí que soy feliz y que ella, la felicidad, es una actitud personal y tan íntima como la paz, solo dada a las personas que decidimos detenernos y bajarnos del castrante tren de la competencia de quien tiene más, para ser más. De pronto un rugir de motores se aproximaba y abrí los ojos para conseguirme con un flamante y estilizado yate de unos cincuenta pies de eslora que pasaba frente a mí a sesenta yardas escasas y el cielo me impresionó, su azul intenso matizado con el verdor de las palmas reales que servían como marco a esa obra de arte y una pequeña y solitaria nube cruzó mi horizonte visual y no puede dejar de ver a la dama que corría también y entendí que el hecho de ser casado, de no poder comer allí por la lealtad al amor, no implica que no pueda ver el menú, como crítico que mira una obra pictórica, o como comensal de un lujoso restaurant gratuito. La madurez es encantadora, la vida también lo es, con la única condición de saber vivirla a la edad y con la edad, evitando a toda costa aparentar otra, que nos haga ridículos y poco adaptados. A mis amigos, viejos no tan verdes, les invito a ver y a revisar su propio menú de su propia madurez.

2 comments:

  1. Excelente y madura reflexión mi estimado Bernardo...

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  2. Excelente Bernardo. Me siento obligado a muchas reflexiones, producto de tus agradables sugerencias en ameno lenguaje escrito. BZ

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