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Monday, July 9, 2012

MACEDONIA

La tarde estaba prometedora y tenía el ineludible deber de romper con la rutina. Eran las cinco y como es sabido en este verano anochece pasadas las ocho de la noche. El internet, ¡mágica herramienta!, me indicó sobre los precios del hotel en Marco Island y salimos a las siete, llegando a pisar el piso de mármol del Hilton cercana las nueve. Mi habitación con un campo de futbol por cama, llena de almohadas esponjosas y sábanas de más de 1500 hilos y ese balcón que daba hacia la oscuridad del mar, estimando cien metros de distancia. Como es de pensar, el hambre hacía estragos en el humor y como viejo cocinero, no como en hoteles, de manera que fui a parar al restaurant italiano de enfrente y cuyo nombre siempre me intrigará, por haber sido el mas importante visionario de todos los tiempos. Da Vinci. La botella de vino que ordené era Siciliano, por aquello de mis ancestros corsos y la mesera poseía esa extraña mirada de no ser de allí. No hablaba español y el inglés era un tanto raro, pero el perfil poseía rasgos evidentemente europeos, aunque en esta época de imbricación demográfica ya no sabemos de donde somos. Todos comemos con la vista y los platos eran cuadrados e inmensos y eso me gustó. Adornados por un evidentemente profesional del arte culinario y la mesera servía con una sonrisa forzada por el cansancio de todo el día. Los efluvios del licor hicieron su entrada y le pregunté su nombre que no recuerdo, pero no dejó de advertirme que era de Macedonia, no precisamente de la tierra de Alejandro el magno, sino de esa suerte de país nuevo del sur-este europeo. Creo que hicimos bien en huir de Miami y en hacer la infinita prueba de voluntad de no atender nuestros teléfonos celulares, porque el pensar requiere del ocio creativo y esa bendita isla unida por el inmenso y moderno puente, me lo brinda con frecuencia inaudita. Macedonia no queda donde les dije, queda en los ojos cansados de esa joven trabajadora que encontró en los Estados Unidos de América, la concordia y la tranquilidad que brinda el saber que tenemos futuro y que solo depende este, de la cantidad de esfuerzo que pongamos en la meta. Muy por el contrario, su país desaparecido por el favor de Dios, solo guarda la ineptitud del comunismo castrante de las ideas y del bienestar. En Venezuela llegó el comunismo y cambió el nombre de ese país que ahora no existe, pero que encontraremos, porque mi generación le conoce y los jóvenes pueden ver por las pupilas de la buena fe, ese bienestar que está a la vuelta de la esquina y que permitirá a las generaciones hipotecadas por el absurdo, poder tener futuro en su tierra, sin tener que salir a la soledad del exilio. Yo confío en el trabajo intenso de la Venezuela democrática y en el éxito a obtener en esa empresa encantadora. En quienes no confío es en los comunistas y en sus malas costumbres y pensares.

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