LA PASIÓN
TURCA
Antonio Gala es el autor de ‘’La pasión
turca’’, una novela que hemos leído con deleite.
Era famoso por sus novelas, por sus
obras de teatro como ‘’En los verdes campos del Edén’’, también fue famoso por
escribir a las damas, por su maltrecha salud y por emborrachar a sus famosos
invitados con su sangría de la cual, yo, hace algunos años, me he hecho de la
receta, tramposa y mal intencionada, porque es muy refrescante y grata a la vez
y sin avisar ya te sientes en tono, te sientes escritor, orador y comienzan a
fluir las pasiones turcas.
Me fui armado con dos tipos de
vinos, las frutillas, otros ingredientes y nuestro anfitrión decidió con
reservas, probar mi sangría pero la hice con un vino verde que me gusta mucho,
realmente era mi primera vez con vino verde, pero la cocina como los tragos,
como la vida, se alimentan de la imaginación y yo me la había imaginado tal
cual la probé.
En paralelo llegaban los intelectuales,
el parrillero hacía lo suyo, las damas se veían doradas por el sol de Miami,
vestidas para estos calorones que ponen muy celosos a mis amigos apenas a una
latitud superior y quienes se congelan mientras nosotros nos desvestimos o transpiramos en la parrilla
de la bella terraza del ingeniero Rojas, toda llena de obras gigantescas de
arte, coloridas, flanqueadas por arboles cuyo nombre no recuerdo pero son unas
palmas especiales, todo en su lugar, todo basado en el correcto espacio y buen
gusto y la serví la sangría.
Unas fresas le daban color a la copa de cristal cuadrada en su fondo, otra sangría para Rojas quien ya se había puesto un sombrero para solidarizarse conmigo que era el único que llevaba uno, de repente me preguntó:
-¿Qué tiene esto que es tan bueno? Y le respondí:
-Solo vino
verde -y le mentí porque llevaba lima y una buena razón de ginebra que es ese el
secreto de Gala y que le da un bouquet y un aroma muy especial.
Carlos Medina nos ilustraba sobre la
interpretación de las Meninas de Velásquez, la valentía de Picasso con Guernica
y los alemanes, la locura genial de Salvador Dalí Doménech y Rojas había pasado
a whisky y guardaba ese silencio que le caracteriza, ese silencio escrutador, Jorge añadía a la culta conversación y nuestras damas le daban un agregado supremo al
comentario sobre esa ciudad del Bósforo, Estambul, la turca Estambul.
Descubrí que Estambul no es turco sino maracucho, porque el ingeniero, nuestro amable, exclusivo y fino anfitrión, se llama Estambul Rojas y ya licorado con su sombrero puesto, me preguntó como una saeta y con un evidente oscuro sentimiento de celos hacia mis otros amigos:
-¿Y cuándo carajos tú piensas escribir sobre mí? -Y se lo dije con satánica maldad, alevosía, saña:
-Mañana, mañana escribiré sobre ti Estambul y lo
titularé ‘’La pasión turca’’, porque has tomado la sangría de Gala, porque esta
ha sido una tarde memorable y culta y porque te lo mereces, por ser un buen
amigo.
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