LA DIGNIDAD DE LA
VEJEZ
Entrando
al lujoso restaurant donde me tratan como si fuera el Príncipe de Asturias,
llegué a la puerta detrás de una camioneta último modelo. Se detuvo, se le
aproximaron un par de empleados del valet parking, abrieron las cuatro puertas
y acto seguido observé que se apearon más de doscientos años de dignidad. Todas
mujeres, bien vestidas, armadas con sus respectivos bastones que le permitían una
tercera e inflexible pierna de apoyo. Maquilladas con denuedo y detalle,
bufandas, estolas veraniegas, dignas y hasta arrogantes y no pude menos que
hacer un halagüeño comentario de lo bellas que son y con qué garbo llevan los
anos.
La
decisión es toda nuestra. Tengo amigos que solo ven la oscuridad. La luz de la
prosperidad les ciega y prefieren mirar a otro lado sin entender que es con los
años que se aprende el arte del vivir con calidad, pero eso, repito, es una
escogencia particular y sumamente personal.
Mi
amigo Charlie, se sienta junto a su siglo con un humeante café, a bordo de su
carro eléctrico. Bien vestido, pero en bermudas, elegante sombrero de ala ancha
y lentes oscuros, una tabla que posee una suerte de forma donde nos chequea a
todos con una sonrisa y ordena la hora en que saldremos a jugar al golf, de
acuerdo a su control, a manera de que fluya el juego, pero cuando nos toca
nuestro turno, siempre nos dice en su inglés: “the course is all yours” a ese
trabajo se le llama el starter y Charlie está retirado de las Fuerzas Armadas y
posee experiencia de combate. Da cátedra de buen vivir y también de golf y
posee estampada en la cara la sonrisa de los sabios.
Años
sin ver a mi amigo Freddy, ¡muchos años! Le esperábamos ya sentados y llegó, un
fraterno abrazo que redujo el tiempo y una conversación fluida y sin cortes comerciales
que ratificaba la amistad y mi admiración, la chanza, la risa y lo vivido, pero
con visión de futuro y lo conseguí muy jóven y estoy seguro que él me vio muy
viejo. Entre licores la cosa es mejor y también comimos, pero lo que realmente
hicimos fue vivir y entender que la vejez posee una dignidad dada
selectivamente a quienes la deseen y a más nadie.
La
felicidad ajena con frecuencia produce envidia y estábamos tan felices que nos
miraban y seguro pensarían que éramos tontos sin entender que es en esa tontería
donde otros se ahogan y la evitan como evitan vivir y regodearse de la bendición
de estar aún vivos.
Papá
fue un punto de referencia en nuestra inagotable tertulia, nos dio el ejemplo
de la dignidad de la vejez siendo muy jóven, porque al final mi querido lector,
tan solo nos llevaremos lo vivido y dejaremos la marca entre quienes continúan en
la fiesta de la vida o en el velorio de su muerte.
Personas
hay tan aburridas y temerosas de encontrarse con quienes son, que asfixian la
juventud evitando llegar con dignidad a la inevitable vejez.
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