NAVEGANDO A VELA
El
día amaneció como una postal pintada por Monet. El viento del este a once nudos
y desde hace años quería hacerlo.
Después
del desayuno, de escribir en la madrugada, de tomar café y pensar viendo
el mayor milagro de Dios, me decidí ir a la marina y le alquilé. Saliendo de la
baja playa, creo que no tenía aun un pie de profundidad, baje las palas dobles
de timón, ajuste la mayor y pareciera que había acelerado un Mercedez Benz serie
300. La vela se inflamó a todo dar y tomé rumbo sur hacia Elliot Key y me di
cuenta que había conseguido una historia en este pozo seco de la inspiración
que con frecuencia inaudita me ataca y me deja sediento.
La
sensación de libertad es inenarrable, el agua llega con frecuencia a salpicar
en la cara y el Catamarán se escora a favor del viento, deriva y abate con la
facilidad de una hoja que cae en otoño. Esta primavera Floridana que parece más
bien un verano Bostoniano, se me parece, se me acerca y me enamora. La mar
estaba bravía y las sumas de vectores nos saludan para avanzar mas allá de lo
que imaginamos y de sorpresa en pocos minutos estaba en lo que yo calculo a unas
cinco millas de tierra. A lo lejos logré divisar el Palacio de Vizcaya y por
referencia terrestre, sé que a su estribor está la Ermita de la Caridad del
Cobre, la Iglesia donde he orado a la Virgen mas parecida a nuestra patrona “La
Virgen del Valle del Espíritu Santo”
Hice
una vuelta por redondo y puse mi popa al viento, largue toda la escota y la
vela de abrió por estribor, permitiéndome ir con el viento hacia el santo lugar
donde llegué a tan solo cincuenta yardas a observar a los feligreses, a muchos
de ellos que buscan lo que todos.
El
sol quemaba la piel y la marinera embarcación se encabritaba como un caballo
por domar. La mar, ella acostada cual larga es y yo, solo la sal y mi pensamiento, únicamente interrumpido
por el radio VHF marítimo y las conversaciones de los marinos. Al orzar sentía
su fuerza y mi pequeñez en un planeta
que nunca deja de asombrarme y recordé mis años a bordo, ese pasado que me
pertenece y que ahora recuerdo sin muchas ganas, porque el presente y el futuro
son mejores y con mayores esperanzas y anhelos.
Navegar
a vela en la bahía de Biscayne es un privilegio dado a pocos y con humildad,
con la misma que me recuerdan los inmensos espacios de la mar, me siento
honrado de la libertad que poseo, al haberme sublevado contra la barbarie atroz
que ahoga a mi país natal.
Solo
comparable con volar un planeador es la sensación de escandaloso silencio que
permite la fuerza de Eolo, a los que sabemos interpretar sus mandatos como dioses
pluriteistas que son, desde la monotesis de la Cristiandad en esta Semana Santa
que marca el sacrificio de Cristo. ¡Navegar a vela, es un privilegio!
La envidia definitivamente no es sana, pero aunqu sea un barbarismo siento "envidia sana". Un abrazo.
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