NUNCA ES TARDE
Entré
a la muy lujosa licorería donde me complacen con todos mis gustos, para comprar
una champaña francesa que estaba en oferta, para ello me llamaron y de paso
traje a casa el vodka ruso, no polaco, con
el que abro en oportunidades el apetito con agua tónica y limón y llevaba uno
de mis sombreros.
Un
joven un poco pendejo, de treinta y siete años, porque se lo pregunté, me alabó
el sombrero, mientras él llevaba una muy usada gorra de pelotero y le dije:
-Joven le sugiero que los use, primero por salud epidérmica
sobre todo cuando se es calvo como yo y luego por elegancia, porque la vida se
compone de elegancias y allí le pregunté la edad.
El
dependiente, un chileno mayor que yo, cuyo nombre no sé, pero que nos conocemos
por haber hecho varios negocios contra mi tarjeta de crédito adquiriendo licores
varios, se sonreía porque nunca es tarde.
Me reclama mi dulce Doris por levantarme a la cinco de la mañana, por acostarme cuando
mi antiguo cuerpo ya no da más, cuando se acaban las letras, por leer con fruición
y urgencia un libro a la semana, por aburrirme en las fiestas donde todos
parecen estar divertidos, por ser prudente con el licor, por bailar como un
chusma, por gustarme la salsa y pasar a Rachmaninoff o a la proteica música de
Piotr Ilich Tchaikovski, para luego seguir con Albita, Santa Rosa, Willy Chirinos,
si, lo admito, eso es raro, muy raro, pero nunca es tarde.
León
Tolstoi: ‘’Escritor y reformador ruso. Junto con Fiódor Dostoievski, es el
más destacado representante de la novela realista en Rusia, como lo fueron
Balzac, Stendhal y Flaubert en Francia o Galdós y «Clarín» en España’’ aprendió a montar bicicleta a los sesenta y siete años y por ello se acuña
entre los intelectuales europeos del este, el término ‘’La bicicleta de Tolstoi’’
en analogía perfecta a las personas mayores que siempre estamos aprendiendo,
si, yo espero ser uno de ellos, de los que aprenden a montar la bicicleta de la
vida, a tocar la viola, a escribir mejor, a abordar el cuento y la fábula y a
interpretar el piano cuando nadie me escuche, porque el tiempo es finito pero
nunca será tarde.
Hay
personas ancianas de veinticinco años, que no saben ni entienden porque están aquí,
pero ella, Ucha, mi tía Beatriz, es una inspiración suprema para un viejo como
yo.
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