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Monday, August 27, 2018

LA MAR Y LA SOMBRA


LA MAR Y LA SOMBRA

            En aquellos aciagos y muy cortos de dinero tiempos de Teniente, conseguí en la librería una pieza que me dije era susceptible de ser tomada por una inversión. Encuadernada en cuero, de tapa dura y con letras en oro que rezaba: “Los miserables, Víctor Hugo”.

            Debo confesar que ya había manoseado antes de entrar a la Marina, el profundo y descriptivo pensamiento de Víctor Hugo, en un libro que yacía como un testigo fiel en la biblioteca de Papá, pero ahora estaba más maduro, más cuajado intelectualmente, ahora podía comprar mi propio ejemplar para ejemplo de mis hijos.

            Lo leí con fruición, me lo bebí y lo volvía a releer en los sitios más complejos, dándole otra interpretación a la mocedad, pero hace apenas cuarenta y ocho horas, mi mentor,  admirado amigo y excepcional escritor, el Almirante Julio Chacón, con quien siempre he mantenido el contacto desde que servimos juntos a bordo, durante cuatro años y de quien me aprovecho, porque siempre me deja un aprendizaje de la naturaleza humana, me recordó ese pasaje que había borrado impunemente de mi memoria, me refiero al Capítulo VI de “Los Miserables” y me he quedado por decir lo menos, pasmado:

 ¡Hombre al agua!

¡Qué más da! El barco no se detiene. El viento sopla, ese barco sombrío tiene un derrotero al que no le queda más remedio que atenerse.

Pasa de largo.

El hombre desaparece, vuelve luego a aparecer, se sumerge y regresa a la superficie, llama, tiende los brazos, no lo oyen; el barco, vibrando en el huracán, no atiende sino a su maniobra; los marineros y los pasajeros no ven ya siquiera al hombre hundido en el agua; la pobre cabeza no es ya sino un punto entre la enormidad de las olas.

            Y continua Víctor Hugo, maltratándome el recuerdo:          

Lanza en las profundidades gritos desesperados. ¡Esa vela que se aleja es un espectro terrible! La mira, la mira con frenesí. Se aleja, palidece, mengua. Hace un momento él estaba allí, formaba parte de la tripulación, iba y venía por el puente con los demás, le correspondía su ración de aire para respirar y de sol, era un ser vivo. Ahora, ¿qué ha sucedido? Resbaló, cayó, y ya está.

Se halla en el agua monstruosa. Sólo tiene ya bajo los pies algo que huye y se desploma. Las olas, que el viento rasga y hace jirones, lo rodean horrorosamente; los cabeceos del abismo lo arrastran; todos los harapos del agua se mueven en torno a su cabeza; un populacho de olas le escupe; confusas cavidades se lo tragan a medias; cada vez que se hunde, vislumbra precipicios repletos de noche; espantosas vegetaciones desconocidas lo aferran, le anudan los pies, tiran de él; nota que se vuelve abismo; forma parte de la espuma; las oleadas se lo lanzan, de una a otra; bebe amargura; el océano se obstina en ahogarlo; la enormidad juega con su agonía. Es como si toda esa agua fuera odio.

            Me atrevería a asegurar que nadie que sirviera a bordo de algún buque, alguna vez no tuvo una pesadilla similar. Víctor Hugo, me sigue impresionando como antaño.

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