SUSURRANDO
LUJURIAS
Debo
confesar que me encontraba en modo conversación, en modo paz y amor, en modo
descanso, porque venía de escribir más de dos mil quinientas palabras de mi
novela. Fui al bar porque también tenía más de ocho horas que no hablaba con un
humano. Me acompañaban Eddy Y Pedraza. Me reía, saboreaba un Merlot y ya había ordenado una
tortilla vasca y estaba de pie y mis dos amigos sentados. De repente, alguien
me tocó en la espalda y cuando voltee era una amable señora, mayor que yo, que
ya es decir mucho. El volumen de la música impedía que la escuchara y acerque
mi oído derecho a su boca y me preguntó: ¿Usted quiere bailar conmigo?
Infiero
que por caballerosidad decidí atender a la dama. Ella no había terminado de
decirlo cuando ya me encontraba camino a la pista de baile, como debe ser un
caballero. Habían dos cosas: el natural flirteo y la burla de Eddy quien desde
lejos me veían con cierta lástima. Una
pieza y una segunda y la invité para llevarla a su mesa, no sin antes susurrar
a su oído que fue un grato placer sudar con ella y ¡allí nos jodimos!
Ese
es el problema de haber sido bandido, nunca se olvida, no importa quien sea,
siempre lo haremos y no perderemos chance de volver a entrenarnos, pero es muy
sabroso, porque al final son nuestras propias damas quienes disfrutan de esa práctica.
Yo
tengo muchas amigas queridas, tengo también muchas enemigas queridas, ¡nadie es
perfecto! y a todas por igual (las amigas, pero sobre todo a las enemigas) les
he susurrado lujurias, aunque confieso con mi mano sobre la biblia, que duermo
con una sola.
Esa
práctica de la seducción, que con frecuencia se transforma en una bella opción terapéutica
que nos enseña que lo que era verdad en la juventud, en el atardecer no es
cierto y que todo ha cambiado, nos permite mantenernos al día con la metodología
correcta que logre mover dendritas cerebrales femeninas.
A las discotecas y su exponenciado volumen,
van a verse los muchachos y yo como no soy tan agraciado ni tan muchacho
necesito que me dejen hablar, esa es mi ventaja competitiva, esa es mi arma
secreta y por ello practico la sana costumbre de susurrar lujurias, pero solo
con las damas correctas, solo con mi dama a quien enamoro con basamento
literario, a ella, a Doris, la dueña de los susurros, creo que estuvo asustada,
disgustada y angustiada hasta esta línea donde aclaro que mujeres hay muchas,
pero que solo a ella pretendo, sobrevuelo, lisonjeo, masajeo su psiquis con
citas de otros autores más expertos que este escritor taciturno, iconoclasta,
sublevado de las formas y ausente de toda vanidad que no sean las letras, de
las cuales toda dama sin excepción debe cuidarse, antes de que algún individuo
dado al abecedario y la métrica de Benedetti, pueda susurrarle lujurias, que le
cambien la vida por siempre.
Si hay espacio de maniobra,y si es en la mar, solo queda su experticia marinera.
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