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Tuesday, April 24, 2018

ACABANDO LA HISTORIA


ACABANDO LA HISTORIA

            Si, como hombre maduro y escritor, he llegado a la conclusión de que toda historia se acaba y con finales inesperados.

            La muerte ronda mi generación y las generaciones de los que me antecedieron, ya en la frontera norte de la cincuentena, cualquier cosa puede pasar, o viene pasando desde hace tiempo, por los estilos de vida que hemos tenido normalmente producto de la sociedad, de la vida citadina y de la rapidez.

            La alta presión arterial, diabetes, dolor en las rodillas y la muy silente hiperplasia prostática son endemias propias de mis amigos y seguramente me encuentro en la lista, en la fila, en la cola, para cuando me toque a mí, aunque hago desde hace décadas todo lo que la medicina alopática manda para evitarla o al menos retardarla.

            Cuando comienzo a escribir una historia, me subyuga el hecho de no saber dónde y cuándo terminará. Me enamora el inesperado desenlace de los personajes que nacen en mi mente, crecen, se desarrollan, otros mueren o los mato yo, pero todos se juntan para aplaudir el final feliz donde mis lectores construyen una sonrisa.

            Bajé a la cafetería de mi edificio hoy en la mañana y el dependiente me preguntó por Cecilia Valdés. Ya hace tiempo le había dicho que la leía y escuchaba en un audiolibro. Una novela del siglo antepasado de excepcional métrica y de hilada historia, llena de la mojigatería de la época, de esa época donde los hijos naturales eran tratados como no natos, como si ellos fueran los culpables de las tropelías de sus padres españoles con nativas cubanas y mientras lo preparaba –el café-, me preguntó por mis escritos y le hablé de mi más reciente novela –Volando en el ataúd- esa historia de la vida real, llena de dolores y miedos del piloto del Messerchmitt en Aalborg, Dinamarca y le dije de Birkelse, de la abadía, del museo y del castillo, de los cementerios vikingos, de la nieve y su frecuencia, de la casa y el granero y los pinos cercanos, ¡le hablé con detalles de un sitio donde nunca he estado!

            Él, recostado al mostrador me miraba como bien hace cuando ve novelas en la televisión, (siempre está viendo novelas) y de repente, la inesperada pregunta: ¿y cómo acaba la historia?

            La vida me ha enseñado que no debo apurarme, porque así yo empuje al río, el irá siempre, a la misma velocidad. Me quedé pensando en la pregunta, si, ciertamente, ¿y cómo acaba la historia? Y la historia no ha acabado aun, aunque lo hará.

            La naturaleza humana no permite que acabe, sino que se reinvente y se plieguen las historias de la vida, junto con las de la muerte. Lo importante es no detenerse y seguir caminando a un paso amable para poder llegar más tiempo en esta carrera de distancia más no de rapidez. Poder ver las flores, sentir la energía calórica del sol y entender que pendemos de un pescante que pronto nos bajará al contacto con la eternidad de la mar.

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