TORERO… ¡COBARDE!

TORERO… ¡COBARDE!

            El torero, fija su mirada en la del toro. El traje de luces está manchado de sangre que él espera sea del animal y la plaza se calla ante la inminente y probablemente mortal colisión. Hay sudor, mucho sudor, seguramente del permanente choque adrenalínico y en la grada, un tipo, como pudiese ser cualquiera, medio embriagado con el vino de la bota, grita: ¡métele el pecho cobarde!

            Como es de esperar, el matador hace caso omiso ante la estupidez del cobardón, no pierde la concentración porque el más pequeño descuido podría mandarlo al nosocomio del otro mundo y sin voltear la mirada al valiente borrachín, puede sentir la desaprobación del público ante el chiste imprudente, puede sentir la ecotimia negativa de todos contra el bebedor hablador y se lanza directo a la escápula para incrustar un metro de metal que atravesará los órganos más nobles, limpiamente. Tendrá que ser lo suficientemente hábil para entender los tiempos. Ese milisegundo que le da la providencia, entre la bajada de la cabeza, la aceleración de la embestida y la penetración, antes de que suba y le cornee.

            La paz comienza conmigo, no voy a distraerme; y a todos, los furibundos defensores de la psicología del gueto, como a los que me felicitan, siempre les digo lo mismo: “gracias por leerme”

            Los del gueto se disgustan, se ofenden y asumen que es un sarcasmo y los otros lo toman como lo que es, un agradecimiento.

            Como es de esperar, este escrito, está diseñado solo para inteligentes y que además posean esa característica ineludible de toda persona, centrada y con capacidad de análisis ante la verdad, me refiero al humor.

            Los que no, que bailen flamenco después de la corrida; y por cierto, he leído de mi admirado escritor andaluz Antonio Gala, que “el flamenco es una forma bella de quejarse”; pues ¡que vayan a quejarse!

            Debo confesar que no he perdido ni un minuto de sueño, al contrario, escribir mis opiniones en la libertad Norteamericana me place sobremanera y debo concluir, desde la segunda grada de la plaza y con la bota en la mano, que en cada atacante hay un pequeño dictador, pero yo no pierdo la concentración, porque probablemente el toro se aprovecharía  y no esperen que diga como en la Madre Patria (¡que el toro me coja!), porque ya sería más doloroso de lo que se espera.

            La única manera que yo me atrevería a pisar la arena de la plaza, ante un animal de quinientos kilogramos de rabia, sería portando un Fusil Automático Liviano de 7.62 milímetros, por eso sería incapaz de acusar de cobarde al torero.

            Los escritores somos ellos, en una arena diferente, los dramaturgos también y los poetas son una suerte de banderilleros amables.

            Para pelear se necesitan al menos dos y por ello siempre agradezco las afrentas con el mismo cariño que los aplausos, porque la imaginación es la mejor carta y me temo que la degusto, la paladeo, como el vino en la grada de la plaza, tal vez andaluza.

            ¡Gracias por leerme!