LA DUQUESA DE NAVARRA
Y EL ESCRITOR
He
llegado a la fiesta al aire libre, donde reinaban unos diez grados centígrados
que obligaba a todos a vestir bien, o al menos abrigado. Como siempre y como
una visión selectiva, pude observar de primero el bar y sin cruzar palabra con
nadie me aproximé a buscar un catalizador de temperatura que ayudara a mitigar
los temblores próximos a la hipotermia. Ya sé que piensan que exagero, pero
para un mulato tropical, como es mi caso,
¡eso es mucho!
Ella
estaba allí, combinada perfectamente con una bella bufanda y un sombrero calado
con algunos pines de los mas monos y me saludó y al minuto estábamos siendo
dotados de un buen vino y ella lo tomo blanco y yo tinto. No esperé para
invitarla a mi mesa, porque a esta edad ya no tengo tiempo que perder y menos
con una bella dama y la conversación no se hizo esperar y poseíamos tantas
cosas en común.
Salió
a Venezuela a los 22 años desde la Madre Patria a bordo de un barco italiano y
allí conoció a quien sería su marido, quien venía a acompañado del que sería su
cuñado y se casó y vivió en el Estado Bolívar donde prosperó hasta la muerte
del caballero y llegó a las playas de Miami junto a sus hijos y es una gran
dama de sociedad que viajó por el mundo y a quien evidentemente todos
apreciaban y trataban con especial consideración en la cena. Sus cuentos eran
todos llenos de un glamour especial y cargados de ese, ¡no sé qué! que me
inspira, basados en diferentes y exclusivos bares, restaurantes mundanos
europeos y yo embelesado con su conversación tan solo pensaba que había
descubierto una veta de oro para escribir historias, hasta que se descubrió y
me dijo: “esto que te voy a decir no puedes escribirlo” y yo sorprendido tan
solo espeté: ¿y cómo sabes tú que yo soy escritor?, “pues hombre, porque te leo
y te leeré” y reímos con la complicidad de un par de ladronzuelos de caminos.
Ana
María, mi lectora cómplice es de Navarra y allí en la ciudad de Pamplona a sus
17 cortos años perdió a su Padre quien murió un año después de un fuerte golpe,
recibido por un toro en las fiestas de San Fermín que mi admirado Ernst
Hemingway siempre documentaba y asistía como si se tratara de una profesión
religiosa.
Su
cuñado volvió a Pamplona a buscar a su novia con quien se comunicaba a gritos
de montaña a montaña, ella enviudó y se volvió a casar y allí, sentados los
dos, bajo el ábside planetario de nuestro amor y de nuestro intercambio de
corazones, allí, la muy cruel Duquesa de Navarra a quien estaba a punto de
profesar mi amor por siempre, me interrumpió para decirme que estaba casada en
segundas nupcias, con un fino señor de noventa y cuatro años y que yo era muy
joven aun para sus ochenta y tres.
Excelente!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
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