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Monday, December 19, 2011

EL PARAISO PERDIDO

EL PARAISO PERDIDO

Escribir de manera disciplinada para un blog, nos hace ser una suerte de panfleteros del medioevo, por cuanto nos antecedieron en esta mala costumbre, brillantísimos escritores como lo fue John Milton a principio de los años 1600. Fue un hombre de letras, un polemicista, si existe el adjetivo, poeta y pensador, que venía de una familia estrictamente católica y el, por joder, se metió a protestante. El hecho es que entre sus escritos, se encuentra “El paraíso perdido”. Es esa narración de la eterna lucha entre el bien y el mal, con la implicación de los ángeles guardianes y sus nueve escalas en la jerarquía celestial.
John Milton es el inventor del “pandemónium”, que es la capital del mal o del infierno. Sitio aún no determinado, pero que todos imaginamos en nuestro inconsciente colectivo, por cuanto nos han enseñado también de manera colectiva, la morfología del cielo. Están ambos en nuestras mentes, sabemos de su existencia, por actos de Fe y si algún agnóstico me leyera, le preguntaría: Es que acaso puede Ud. ver el aire que respira?, o tal vez puede palpar el amor a los hijos?, o la electricidad que le alumbra?, dejémoslo hasta allí.
Me crié en la capital de Venezuela, también viví en el interior varias veces, acompañando a mis padres y creo que tuve una infancia infinitamente feliz. Viví en Greenwich, Gran Bretaña y me trajeron a Puerto Cabello, sin ningún tipo de metabolización cultural, entre los dos parajes, pero si a esta avanzada edad que me adorna, me hiciera la pregunta: Donde fuiste realmente niño?, no pensaría ni un segundo en decirle que fue en Rancho Grande, Puerto Cabello, donde todo era frugal y sencillo, donde comer arepas en el Restaurant de Briceño, en el malecón era siempre un acontecimiento, donde luego pasé diecisiete años de mi vida como oficial naval a bordo en la base Naval de ese Puerto querido.
Ese Paraíso que describo, ya no existe. La Caracas de mi infancia, el Puerto Cabello de mi pubertad y de mis años de oficial naval, desapareció, porque sus gentes ya no son iguales, se han encerrado en sus casas por decisión de la delincuencia, otros como el Maestro Ítalo Pissolanti, han desaparecido por causas naturales y los más, guardan silencio cómplice en las aduanas, mientras los alimentos de mis compatriotas hambrientos de libertad, se pudren por la negligencia que debe existir en todo “pandemónium”.
La maldad existe y debemos combatirla, como el Ángel Gabriel, con la espada valiente de la justicia, pero también el pragmatismo de una oposición, conteste de las posibilidades ciertas que tiene el enemigo, que subordina la infancia de nuestros niños a sus protervos intereses y malévolos propósitos.
Yo creo que los niños de mi país merecen poder contar una historia similar a la mía, pero es que para ello se necesita un paraíso y de acuerdo a John Milton, a su profundo pensar inspirador, a su letra de verdad y de pensamiento tenaz, ese paraíso, esa infancia, esa Inglaterra y el frugal Puerto Cabello, el Sebucán de mis amores y la Altamira que caminé, solo existen en el pasado y en el inconsciente colectivo, como la capital del infierno, donde mueren venezolanos, en una guerra civil, declarada por militares en el poder.

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