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Sunday, January 12, 2020

UN COQUETEO LUNAR


UN COQUETEO LUNAR

            Hoy fue un gran día, si señor y en el sitio donde me gusta, en la mar.

            Como hacen casi todos los escritores, me levante al alba hoy domingo, me vestí apresuradamente y salí raudo en mi vehículo, a buscar historias, aunque con frecuencia me temo que son ellas las que me consiguen cuando llego a la cita, porque en cada humano, en cada grupo, en cada sitio hay una historia lista para ser contada, para darle forma literaria, lista para salir a la luz por nimia que creamos que es, pero hoy fue excepcional. Imagínense que corrí por más de cincuenta minutos, con esos zapatos especiales que me regalaron en Diciembre cuando se enteraron que me inscribí en el maratón de Miami y debo confesar que su tecnología es excepcional.

            Al llegar a mi sombrilla un poco deshidratado, me tiré en la arena a beber agua como un náufrago, luego me arrastré hasta la orilla de la helada mar y me sumergí, tal vez buscando un choque térmico que acabara con el día, pero no lo logré. Tome sol, mi celular crujía dentro de la bolsa, seguramente de mis amigos desesperados llamando desde un bar y yo observaba en silencio las tranquilas y verdosas aguas del golfo de Méjico, si,  fue un día de excepción donde me volví a conectar con la fuente del pensamiento y la creación, un día donde me sentí vivo y joven, fuerte y saludable.

            Estimando las dos y cuarenta de la tarde, el hambre era copiosa por decir lo menos y aun con el agua salada me vestí en mi carro, mis viejos shorts de navegación, una camisa ajada con la que navego a vela y mi gorra de “Marco Island” comprada hace años en una tienda barata de cosas de playa y por supuesto, descalzo, porque ya bastantes zapatos uso en la semana.

            Llegué al bar de pescadores burgueses y paré mi carro entre Maseratis, Rolls Royce, Mercedez Benz y Cadillacs y me alegré al ver a todos en una facha similar y con las mismas intenciones de beber la cerveza de la temporada, pero yo solo tomo una, el camino a Miami es largo y tedioso, aunque escuchando el disco de Bach que me regaló el Dr. Jacinto, mi mente llega más rápido que yo.

            Al llegar a casa tomé una ducha, preparé un arroz verde al estilo peruano, con camarones, muchos camarones y bajé a atender el segundo llamado de la mar del día. Rasurado y con ese pijama negro que parecen unos cómodos pantalones, me senté en el banco de la esperanza y al levantar la vista estaba ella, la luna llena; y se veía tan solo su mitad derecha, porque estaba tapada parcialmente por un nubarrón negro. Se escondió otra vez y yo sé que me veía y volvió a aparecer. Los vientos del Noreste a unos doce nudos, movían las nubes y ella, la luna, me coqueteaba, me lisonjeaba sabiendo que es bella.

            Hoy disfruté de un coqueteo lunar.

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