EL TEMPLO
DE LA CREACIÓN
Ernest
Hemingway, tenía una torre de tres pisos en la finca Vigía, allá en Cuba. Una
bella torre, que en el primer piso estaban sus gatos, muchos de ellos, que eran
criados por su esposa Mary Welsh Hemingway, en el segundo estaban los aperos de
pesca y en el tercero su estudio con un telescopio, algunos libros, los más
manoseados, su máquina de escribir y ese viejo escritorio, encima de una
alfombra hecha con la piel de un tigre africano.
Compraron
la propiedad con el dinero del premio Pulitzer y las ganancias de su novela “El
viejo y el mar”, ese era su ecosistema, allí estaba el templo de la creación,
porque el envejecer es obligatorio en la vida y no hay nada más ridículo que un
viejo que se disfrace de joven, mientras que el crecimiento intelectual; y más aún
la producción literaria, pictórica o de cualquier otro arte, es el antídoto
para el bien envejecer.
Le
reclamé a Darío, que tenía tiempo sin escribir. Airadamente lo hice, le llamé
negligente y falto de voluntad, hasta que una vez recibida la afrenta, con voz
amable me dijo: aquí en mi apartamento vamos para dos días sin luz eléctrica,
lo que implica que tampoco tengo ascensor para bajar todos los pisos que me
separan del planeta y como es de esperar la bomba que manda el agua que también
es eléctrica no me permite bañar. Una vez que logro bajar a buscar la comida, ¿adivina
qué?, no hay comida, no se consigue nada y mi vieja hipertensión arterial está
haciendo una fiesta, con el disgusto y la falta de mi píldora diaria que
tampoco se consigue; y ¿tú quieres que escriba, Bernardo?
Ayer
hice el día, porque vi la película “Papá Hemingway” donde también me
identifiqué, porque este oficio pende de un delgado hilo emocional y
espiritual. Si no estás centrado, si no tienes el ecosistema correcto, si no
tienes una familia que comprenda este difícil oficio y que con su conducta
cuide de ti, pues, simplemente se seca
el pozo de la inspiración, hasta que llega la luz que alimenta la bomba del
agua que llena el pozo.
Comprendo
perfectamente a Darío, pero más comprendo a ese ejército de jóvenes que escapan
de la barbarie comunista y buscan su propio templo de creación en otros países,
en países normales, donde la gente vive y no donde el vivir es un record. En
parajes que permiten la invención y donde el sacrificio, el trabajo tesonero,
mezclado con los talentos y la formación familiar, escupen siempre un buen resultado.
Pero hay buenas noticias, porque creo que todo esto está pasando para
fortalecer la piel y para que el venezolano deje la pendejera de pensar que se
merecen la repartición equitativa del tesoro nacional, por el simple hecho de
haber nacido allí.
El
tesoro nacional son esos jóvenes, ellos son el verdadero activo de una nación y
a los padres les digo que no se compunjan, porque más pronto que tarde, verán con
orgullo el inmenso castillo que el exilio siempre ayuda a construir.
Cierto Bernardo, entiendo el acicate que le diste a Darío para incentivarlo a escribir; claro no sabías las circunstancias que él estaba pasando. Que de paso, forman parte de su cotidianidad, como dices tú, del Ecosistema del venezolano de estos últimos años. Darío es un héroe, con todas las limitaciones y todas las carencias, escribe y escribe excelente. Pero te entiendo, nos preocupa su silencio creativo. Como su hermano, te agradezco tu interés
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