ANTÍDOTO
PARA EL VACÍO
¿Y
porque estas triste?, le pregunté a una atribulada y evidentemente taciturna
amiga.
Estoy
triste porque no sé, no tengo motivo para estarlo, pero ¡estoy triste!
Íbamos
en mi carro, porque me acompañaba al odontólogo y en la antesala estaban cuatro
personas. La dependiente me atendió con la sonrisa y la calidez de siempre y me
dijo: “Mi Papá leyó su libro, que bueno que vino porque pude decírselo, además
le gustó” y yo tan solo le respondí: lamento su mal gusto; y ambos reímos,
inclusive mi triste amiga y las personas de la recepción.
Me
senté al lado de una venerable anciana, que me miraba expectante, hasta que le
dije: si señora, soy escritor, ¡nadie es perfecto!; y volvieron a reír.
Silencio,
todos metidos dentro de sus teléfonos y yo con mi libro de turno en las manos y
se me ocurrió preguntar a un par de jóvenes que estaban allí con su madre: ¿Por
qué todos cuando venimos al odontólogo ponemos cara de miedo, como si no fuéramos
a salir nunca de aquí? Y la dama mayor me repreguntó: ¿y Usted tiene miedo?,
pues claro, -le contesté absolutamente serio-, le tengo miedo a casi cualquier cosa después
de haberme casado y todos volvieron a reír.
Bernardo,
se escuchó, puede pasar.
Al
entrar, Belkis, la higienista, con un tapa bocas como si me fueran a operar del
cerebro, me informó que había visto la entrevista sobre el submarino argentino
y sin esperar respuesta, la entrevista de la presentación de mi más reciente
libro, me preguntó que como estaba Camilo Egaña (conociendo de nuestra amistad),
que parece que María Elvira salió del aire y yo expectante me di cuenta que sabía
más que yo de mi propia vida y se lo dije y volvimos a reír.
Cuando
salí al exilio, hace más tiempo del que recuerdo, mi Padre me repetía en
aquellos aciagos y turbios tiempos: “Ríe y el mundo reirá contigo, llora y
llorarás solo” y creo haberle hecho caso al respecto, porque la queja nada construye,
al contrario, logra opacar tu dialogo interior y nunca jamás sabrás porque no
estas contento, pero te lo estoy diciendo, aunque por ahora no lo comprendas.
La
llave se perdió, una llave importante de una propiedad y la busqué, por todos
los lados posibles, ¡pero es que estaba y ha estado en la biblioteca siempre!,
mi hijo me ayudó a voltear el apartamento hasta que dije: ¡hey, estoy actuando
en contra de lo que creo, esto me está estresando mucho! ¿Sabes qué? Dejémosle este
trabajo a San Antonio de Padua, él sabe lo que tiene que hacer y para variar,
ambos reímos, porque “lo verás cuando lo creas y no antes”
Esta
noche al llegar a casa, me paré frente a la biblioteca y algo me indujo a tomar
esa bella novela (ya leída, hace tiempo) titulada “Otra vez adiós”, de mi
admirado amigo Carlos Alberto Montaner y al sacarla de la estantería, cayó al
piso la llave y tan solo se me ocurrió decir el nombre del Santo.
Cree
y ríe, ese es el más certero antídoto para el vacío.
convincente relato de la milagrosidad de la fe!
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