MARÍA LUISA
Y EL HOMBRE DE VITRUBIO
Llegamos
al lujoso restaurant frente a la mar. Mi mesa ya estaba reservada y yo pensaba
que llegaría sola, pero no, vino acompañada y tuve que reformular mi plan.
Me
veía con cierto escepticismo, porque creo que suponía que me llamaba la
atención.
La
conversación fue grata, sin cortes comerciales, su familia encantadora, tan
solo nos distraía la brisa que esporádicamente nos tropezaba y ese camarero de
origen sirio pero que hablaba perfecto inglés nos interrumpió para la orden.
Ella – María Luisa-, pidió un extraño
brebaje multicolor y un exótico plato
que parecía más bien una obra de arte y
yo me limité a un “perro embotellado” como llaman en Brasil al whisky escocés
por ser considerado el mejor amigo del hombre.
Ya no sabía cómo llamar su
atención, conversaba de múltiples temas haciendo uso de todas mis artimañas para
enamorarla y ella estoica tan solo me escrutaba, me observaba, en ocasiones
sonreía desconfiada, mientras sus microgestos la delataban.
Ya muriendo la noche, argüí la
teoría del número áureo, el número de Dios, a la sucesión matemática de
Fibonacci, que rige al mundo, a las docenas de ejemplos que de el podemos tener
en la vida cotidiana y que el genio de Da Vinci logró representar en el hombre de Vitrubio.
María Luisa, la bella dama que acompañó
mi velada, es una insigne mujer, graduada en la vida y cuya sapiencia ha sido
sobradamente comprobada, por cuanto es la madre de mi colega quien a la sazón
es un viejo como yo y ella es una jóven atractiva y prudente.
Me encantó su compañía, no es fácil
conseguir personas de su inteligencia, por cuanto es la prudencia la sapiencia
suprema, puesta a prueba con cada palabra usada en sociedad.
Está de visita por aquí y viene
de mi país de origen y creo que le gustan estos parajes amables donde hemos
venido a quedarnos dando la espalda a la violencia y la desidia de toda una
nación que ha experimentado con la improvisación.
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