LOS
SILENCIOS QUE HABLAN
Como
si me persiguieran, como si de un terrible monstruo se tratara, salí a correr
con cien grados Fahrenheit de sensación térmica.
La
pleamar era evidente en el área cercana al borde, donde las piedras se tapaban
bajo el rompiente y el sudor copioso. Tan solo podía escuchar la muy tenue
brisa, las palmeras reales que se han constituido en un símbolo importado de
esta Miami holística y encantadora, amable y sonriente, soleada y con olor a
tabaco cubano y café, de lino y sombrero de panamá… ¡así es Miami! Se parece a
la música de Albita Rodríguez, con acordes de Willy Chirinos, mientras Celia
Cruz descansa muy cerca en Coral Gables y a diario la recuerdo al pasar frente
al campo santo donde quiero que me sepulten.
El
sol quemaba las pupilas, la luz atravesaba ligera los lentes de sol con 400 UV
de protección, pero es que no hay protección para tanto trópico en este verano
de hornos, que seguramente nos traerá huracanes para Septiembre.
Nada
escuchaba excepto mi respiración cortada y el corazón con ganas de salir del
pecho. No entiendo porque entreno tanto si la única guerra que espero librar es
con los libros y el pensamiento y de repente, frente al horizonte visual
apareció imponente y me detuve y pensé que ya tendré tiempo para más sudor,
pero este espectáculo silente, esta obra de teatro no puedo perderla ni por un
minuto.
Apareció
con su vela henchida la “Gitana del viento” con su casco rojo, advirtiéndome que
estaba vestida para mí y al verla semidesnuda no se me ocurrió otra cosa que
tomarle fotos con mi teléfono celular, porque a esa hembra debía verla con
calma y tendría que recordar su garbo al trasladarse majestuosa. Ella me miró y
con su silencio acepto que la fotografiara, ella sabía que me enamoró y que en
esa suerte de penumbra del silencio no tenía nada que decir, solo mirarla,
admirarla, poseerla con mi pensamiento y al final, disfrutarla.
Se
fue acercando a mí y fotografié cada ángulo que pude de ella. Seguro con su
picardía también me sonrió o al menos eso quiero pensar, porque creo que tenía
cara de tonto de la impresión.
A
esta altura de la vida, siempre hago votos por no perder la capacidad de
impresionarme con las cosas más sencillas y más silenciosas, más sabrosas y
vistosas y en casi todos los casos son gratis estas inmensas diversiones.
Pasó
frente a mí en silencio, pero hablándome y su único tripulante levantó la mano
amiga de los marineros, mientras ondeaba en la popa la bandera Canadiense.
¡Hay
silencios que hablan!
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