EL ESPIRITU DE LAUDERDALE
Hacían unos doce agradables grados centígrados de
temperatura en la marina, el cielo impecablemente azul y sin ni siquiera una
pequeña nube. El espíritu de Lauderdale atracado a la mediterránea, con su popa
en contacto con el muelle, las inmensas velas recogidas y ese movimiento
imperceptible de cabeceo, que a todos agrada y que solo sentimos los que alguna
vez vivimos por largos períodos en la mar.
Había todo el licor que
puede tomar un pequeño ejército, pero decidí que los efluvios del alcohol no
empañarían la tarde y solo bebí agua potable y me dispuse al disfrute de la más
intensa experiencia de cualquier hombre, después del sexo.
Ella alquiló para mí
ese inmenso velero, con tripulación y las más amenas comodidades. Mi quincuagésimo
cumpleaños sería al día siguiente, pero
era lunes y ese domingo debía ser coronado y bautizado con el agua del mar en
la que más cómodo me siento.
Thusidides, el
preceptor de la Guerra del Peloponeso, escribió, cuatrocientos seis años antes
de Cristo, algo con lo que concordé en esa navegación de ayer: “Solamente hay
dos tipos de hombres, los que están muertos y los que están en la mar”, yo
volví a la vida cuando no me aguanté y maniobré desde el puente, esa nave. Al
dar la vela mayor, se infló tan agresivamente que el sonido fue un disparo
disipado en la brisa y tomamos casi de inmediato unos doce nudos de velocidad.
Al salir por la piquera
de la bahía de Fort Lauderdale, donde en el 2001 arribé a bordo del Capana T-61, me encontré
con el Océano que me pareció amable y me daba la bienvenida como un Padre a un
hijo extraviado.
Me rodeaban por doquier
todo tipo de embarcación, deportiva y mercante, pero hubo una que llamó mi
atención, porque se me pareció a una Fragata y era el yate, inmenso yate de
Steven Spielberg, de casco azul marino, imbornales, pasacabos, bitas y demás accesorios de
maniobra en un pulido acero inoxidable, con pasamanos en madera pulida,
claraboyas panorámicas y un puente de mando, donde infiero que podríamos jugar
futbol.
Tuvimos que cambiar
nuestro rumbo, e hicimos una maniobra por redondo, para llegar a hora
conveniente al minuto treinta, donde el inmenso puente levadizo, se levantaría
como saludo de la ingeniería y la Inteligencia al “Espíritu de Lauderdale” y
así pasó y la amabilidad creció, el canal tranquilizó las aguas y el inmenso
mástil paso claro, entre las dos vías que ya no mostraban carros, sino que nos
mostraba el cielo y comencé a recordar a mi pobre país, en esa suerte de
tortura que obliga la nostalgia.
A todos digo la verdad,
porque yo soy millonario y no porque tenga millones, sino porque vivo como tal.
Ser rico es muy bueno y aunque ambicioso como soy, le doy el justo valor al
dinero en mi vida espiritual, porque en lo material la estructura de todo un
país como Estados Unidos, nos ayuda a disfrutar con la calidad correcta del
trabajo del capital por nuestro bienestar.
Comunistas absténganse
de leerme, porque no comprenderán de que hablo.
Suscribo su relato absolutamente Capitán...somos ricos!!!, alabado sea el Creador!
ReplyDeleteMillonario no es el mas tiene sino el que menos necesita. Aqui y donde sea somos millonarios porque podemos dormir en una hamaca bajo las estrellas con seguridad, comer gourmet en una fogata, navegar libremente bajo puentes que se abren y muchas otras cosas que muchos no entienden. Peace, hope, and blessings.
ReplyDeleteSaludos con mi sana envidia por tu impecable narraciòn y conclusion mas que peritnenete y oportuna....diana!!!! y en TG-2 a 140 Kmts...
ReplyDeleteVienen a mi memoria gratos recuerdos de esa navegación que citas y que nos llevó a Fort Lauderdale, que placentera esa estadía , aunque después nos enfrentamos a un periplo interesante que aunque no nos sorprendió nos alo la recalada , un abrazo inmenso agradeciendo esos recuerdos de tantas y buenas conversaciones
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