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Wednesday, June 2, 2021

EL CANTO DE LA SIRENA

 

EL CANTO DE LA SIRENA

Dedicado a la Memoria de Oscar Cohen

- ¿Y tú no puedes salir a navegar como cualquier persona normal, tiene que ser de noche?



-Yo te voy a decir una cosa Bernardo Antonio, si tu mañana a esta hora no estás aquí en el muelle, voy a llamar al FBI, a la policía, a Donald Trump y la NASA para acusarte de intento de asesinato.

- ¿Y a quien voy a asesinar? Contesté tranquilo.

-Pues a mí con estos nervios ¿o es que tú crees que no me preocupo?

-Te pones bloqueador solar y nada de nadar en el océano, allí tienes el termo con café y tu libro.

            Había calculado el zarpe mientras hubiese sol, eran las siete de la noche, bordeé Brickell Key y tomé el canal de navegación del puerto de Miami hasta la boya de recalada, dejando por mi estribor a Fisher Island y el velero se movía bastante al encuentro con el océano. Mostré la vela mayor con un rizo e instalé mi marinero aparejo entre la caña del timón y la botavara, a manera de tener un piloto automático de dos siglos de antigüedad.

            Un viento del este de quince nudos me arrullaba y tomé rumbo sur este para apaciguar la mar y me serví un café negro sin azúcar, como lo hacía en la Armada. Me acostaría a las doce y me levantaría cada hora a chequear mi posición. Fue una buena noche y en la mañana me levantó la luz del sol y ese silencio extraño de las velas y jarcias sonando. El barco estaba demasiado tranquilo y corrí a cubierta para observar que estaba en una alta presión atmosférica, sin viento y salía el sol majestuoso y los azules, el del cielo y el de la mar se fundían en uno solo y me desnudé, me hice firme a la cintura un cabo de cien yardas y me lancé a la mar infinita. Mi velero me miraba envidioso y yo le tiré un beso.



            La brisa comenzó a subir tenue y puse rumbo a Miami, nos separaban cincuenta millas. Desayuné y más café, abrí mi libro de turno y no pude leer, las escuchaba, me gritaban para que no perdiera mi atención, porque son celosas, si, las sirenas.

            El domingo, mi amigo Oscar Cohen falleció a bordo de un ala autónoma al norte de la Florida. Veinticinco años de experiencia volando y ocurrió, simplemente ocurrió, pero él escuchaba el grito de Ícaro.

            Estimados lectores, no se permitan morir con su música por dentro, inténtenlo, escuchen a las sirenas o a Ícaro, pero no lo permitan. Me temo que Oscar sabía bien a que se enfrentaba y aun así lo hacía.

            Ya veía a la bella Miami a poco más de ocho millas de acuerdo con mis cálculos medievales y entraría con pleamar, pero lo más importante es que había conseguido lo que había ido a buscar, había escuchado el canto de las sirenas, porque para aquellos incrédulos yo las he visto en el planeta de mi imaginación.

            Paz a su alma buena.

juradopublishing@yahoo.com

           

 

 

 

 

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