EXPRIMIENDO
EL ÚLTIMO MINUTO
¿Y
cuál ha sido la mejor época de tu vida?
Podrían
preguntarle a cualquiera de nosotros y si es realmente sincero, si conscientemente
ha hecho el ejercicio de recordar los mejores, más intensos, más riesgosos,
agotadores y divertidos momentos de una parte de su vida, contestaría sin un
ápice de duda: mis cuatro años en la Escuela Naval, a lo que el interlocutor podría
argüir con un dejo de desaliento: ¿me estás diciendo la verdad? ¿Fue realmente
divertido que te levanten antes de la salida del sol y que novecientos hombres
salgan a correr, cantando y gritando unos diez largos kilómetros antes de
desayunar? ¿Crees divertido ir a clases, luego desfile al mediodía bajo el sol
y la quemante temperatura de la Guaira, una hora para descansar donde nadie
descansa después del almuerzo? ¿Estas realmente en tus cabales, estas
equilibrado o tienes un severo problema con el gusto por las cosas buenas? ¿Es
normal que te contentes cuando tienes natación los miércoles, porque así
descansas mientras nadas dos mil metros?
Fueron
los mejores años, sin duda alguna y así piensan también aquellos que, por no
poder aprobar los cinco análisis matemáticos, o los cinco circuitos eléctricos dados
por aquel profesor de la Universidad Simón Bolívar, los sistemas automáticos de
control que daba aquel Capitán de Fragata que era ingeniero nuclear y creía que
todos los éramos, corrosión, termodinámica,
arquitectura naval, cinemática, mecánica, plantas navales, navegación estelar o
cualquiera de las cinco guerras, derecho internacional marítimo, táctica,
armamento o computación con aquel fósil de la informática llamado Fortran 4.
Claro que había riesgo, cada día, cada examen, cada cigarrillo que fumaras a
deshoras y en sitios prohibidos podían costarte
la amada carrera. Si, probablemente estábamos locos, pero como lo dijera
Salvador Dalí, ¡nosotros lo sabíamos! y además
nos gustaba, era honorable y de paso, a las chicas las volvía locas ese
uniforme.
Salíamos
los sábados después de la revista de armamento, porque nos asignaban a cada
uno, un fusil FN-30 que creo pertenecieron a algún héroe de la independencia y debíamos
tenerlo impecable, como nuevo, sin oxido y eso era toda una proeza, pero lo lográbamos
y ya en los autobuses que nos llevarían a Caracas, el cansancio era tan
abismal, que solamente poner las posaderas en las butacas, el sueño se hacía
presente y llevaba el chofer, un cargamento de personas profundamente dormidas,
si, ¡era una locura, pero nos encantaba!
¿Sabes
qué?, ¡aprendimos a exprimir el último minuto!
Creo
que pudimos entrar unos trescientos cincuenta y nos graduamos poco menos de
setenta. Era una hermandad que continua con los años, pero como cualquier grupo
humano, cada quien anda con cada cual y algunos de ellos, traicionaron cual
putas, su amor por la profesión, no obstante, no es culpa de la más bella
carrera, es culpa de la ambición absurda, unida con la falta de hogar de
algunos, cosa que la Armada no puede reparar, aunque sus métodos eran muy
eficientes y cercanos al éxito.
Algo
que no he podido averiguar pasó en el ADN, pero no solo de la Armada, sino del país
completo.
Bernardo este escrito pienso nos traslada a todos los que tuvimos la dicha de pasar por la ENV a esos bellos momentos que definitivamente quedarán para siempre grabados en nuestra memoria.
ReplyDeleteExcelente reflexión cuando soñamos un país con justicia y equidad. Sin duda esos años marcan nuestras vidas por siempre y nos alegran el alma del alma mater
ReplyDeleteQuerido Hermano, nuestra época nos permitió vivir con idéales, lamentablemente quienes torcieron el camino han pretendido en su momento desligarse del grupo , como si fueran agregados por antonomasia a la divinidad del cargo o del grado y así pretenden cambiar la historia que de cada uno conocemos, de cualquier manera sigo exprimiendo los recuerdos y con ellos la amistad y el cariño de quienes con el tiempo nos hemos permitido aceptarnos con sinceridad y humildad
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