LA NAVIDAD HA LLEGADO
Contra
todo pronóstico, la navidad ha llegado a mi casa. La época mas bonita de cada año
de Doris y agrego que mío, porque verla feliz infiero que es mi felicidad.
Con
frecuencia y en uso de la tecnología, llama a su asesora Esperanza, quien es
una experta en decoración de navidad, allí discurren, investigan las más
cercanas tendencias en esta materia, inventan, revelan sus planes y los ajustan
a sus gustos. Yo por mi parte, abro un libro, me voy al salón donde comparto
las letras con un par de San Nicolas o Nicolases y guardo silencio, me hago el
muy interesado en el texto, mientras veo de reojo que viene Carla, la señora
que nos ayuda o la ayuda a ella y es una persona de paciencia infinita, dobla
mi ropa, arregla lo que nunca ha estado arreglado, ya saben como es el estudio
de un escritor, pero si además es un editor, ya podrán imaginar mi amoroso desorden.
Lo único que Carla no toca, no limpia, no borra, son mis dos pizarrones magnéticos,
llenos de ideas, de números, de progresiones de la editorial, de nombres, títulos,
proyectos que solo yo puedo entender.
He llegado
a conceptualizar lo que es un hombre, al menos un hombre como yo: es una
persona del sexo masculino, casado con una del sexo femenino, que al estar inmerso
en las letras y es esa una pública excusa, no sabe donde queda nada en su
propia casa.
Puedo
dejar mi afeitadora en la ducha y entre Doris y Carla, la señora que nos ayuda,
al desinfectar el baño como si de un quirófano se tratara, la esconden en alguna
parte debajo de las gavetas del lavamanos.
En la
cocina me pasa algo similar. Puedo buscar por horas tal o cual utensilio sin éxito
alguno, porque basta con que lo cambien del lugar y listo, estaré minusválido para
usarlo, por no verlo.
Es
muy complejo todo esto, pero vivimos en el bendito Estados Unidos de América,
donde todo es posible, hasta producir la cantidad de dinero que te propongas.
Estamos
llegando de almorzar, son casi las siete de la noche y estamos muy contentos,
como debería ser a diario. Al llegar la casa estaba, por decir lo menos
impecable, Carla hizo de las suyas y ahora tengo la inmensa e indescriptible
incertidumbre de no encontrar mi ropa mañana, cuando tenga que ir a la oficina.
Nada estará en su sitio o al menos mi sitio, ellas si saben dónde está y eso me
hace dependiente absoluto, hasta he observado que me han cambiado el cepillo de
dientes por uno de San Nicolas al que ya le tengo cierta reserva.
¿Saben
qué? Que no me importa, al menos por el mes de diciembre, porque la veo tan
feliz y plena, que me llena.
Estimado
lector, ha llegado la natividad a mi casa católica y creyente. Los villancicos
suenan en el iPod y en mi mente, me hacen sonreír y entiendo que es este mes,
uno de paz y en nuestro caso, de agradecimiento y unión.
Así
es, la navidad ha llegado.
www.juradogrupoeditorial.com
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