EL PADRE
ANTONIO Y SU MONAGUILLO ANDRÉS
En
el consultorio del odontólogo, nos pusimos a conversar. Ella, una mujer madura
y yo un pecador consumado, le pregunté de donde era y me dijo que originalmente
de Perú, pero que había vivido toda su vida en Italia, específicamente en Roma,
luego en Nápoles y también en Sicilia.
¿Y
conociste el vaticano?, si por supuesto, centímetro a centímetro.
¿Y
Usted ha estado en el Vaticano? Me preguntó; no, pero lo conozco milímetro a milímetro
y ¡no me creyó!
Estudié
filosofía y teología y yo pensé que la tarde ya se había pagado, porque nos
enfrascamos en una conversación sumamente grata y poco común, mientras un
individuo maduro sentado a dos sillas de ella nos observaba estupefacto.
¿Llegaste
a conocer los archivos vaticanos?
Si
por supuesto, porque fui religiosa por veinte años.
Hablamos
del pentateuco, del celibato y del voto de pobreza, de los ateos y agnósticos,
de Bernini y del passetto del Castello de San Ángelo, también de las cuatro
Basílicas pero por sobre todo de Santa María del Poppolo.
Cuando
entramos a conversar sobre el oscuro pasaje histórico de la simonía, del
Concilio de Nicea, de la cruzada Albiguense, su vecino, el hombre sentado a su
lado, ya había dejado su celular a un lado y nos prestaba atención como quien
está en una clase de sistemas automáticos de control siendo abogado, su cara de
ignorancia, de asombro, era tal que me hubiese gustado tomarle una foto.
¿Y
cuéntame?, a ¿qué orden perteneciste?
Yo
fui Franciscana.
¿Y
Usted a que orden perteneció o pertenece?
Yo
no soy sacerdote, ¿realmente cree Usted que con esta cara yo puedo ser
sacerdote?
Discúlpeme
Señor pero no le creo, como tampoco le creo que no conozca el Vaticano, es
Usted un cura muy mentiroso y ambos reímos.
De
acuerdo a mi experiencia no tengo dudas que es diocesano-me dijo- y le refuté
su afrenta para asegurarle a esta altura de la conversación y en vista de que
nada me creía, que era un sacerdote pasionista y comencé a hablarle de la orden
y su historia.
Por
cierto, murió Umberto Eco, ¿leíste “el nombre de la rosa”?
Si
por supuesto, era uno de los libros prohibidos, pero lo leí a la luz de la vela,
escondida y le devolví la jugada diciéndole que ella fue una monja poco
obediente y hasta insubordinada y se ruborizó.
Cuando
entramos a las escrituras, al desuso del Arameo y a la simbología católica de
origen egipcio y asiático, la dama ya no tenía ninguna duda y me preguntaba
cosas que contestaba desde mi asombro, porque la mente trabaja de manera
sinusoidal, realmente no recuerdo donde había leído lo que contestaba, pero
ella asentía en una suerte de prueba académica para salir de sus dudas.
¿Y
que está leyendo?
Los
enamoramientos de José Marías y por primera vez me dijo: Padre y ¿considera que
ese libro con ese título es apropiado?
Se
despidió pidiendo mi bendición y no sé si hice bien, porque la duda me asalta
en si realmente soy el Padre Antonio o tal vez su monaguillo Andrés.
Tu pluma es ágil e ingeniosa. Estoy orgullosa de ti.
ReplyDeleteestipefacto me dejaste con ese escrito nocturno...estabas tomado tequila antes de acistarte para madrugar y escribir???
ReplyDeleteNi padre ni monaguillo, te conozco bien jajajaja
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