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Sunday, May 12, 2019

PAISAJES CON FIGURAS


PAISAJES CON FIGURAS

            A esta altura de la vida, desde que vivo y soy feliz en este otro país, no por mala memoria, sino porque así somos los humanos que intentamos ser resilientes, solo recuerdo paisajes con figuras, pero siempre casados estos a personajes que siguen estando en la vida.

            No recuerdo nada de mi infancia, sin mi hermano Héctor, nada. Todo lo compartimos inclusive la ropa, pero no las novias. Teníamos la obligación sin discusión de ir juntos a todas partes y fuimos creciendo, creo que fue una buena idea de nuestros padres obligarnos a ser amigos, porque lo lograron sobradamente, ya sabían que la vida nos obligaría a tomar caminos vocacionales, seguramente distantes, absolutamente distintos.

            Tampoco recuerdo mi infancia sin querer ser oficial de la Marina de Guerra, que es así como en aquellos años se llamaba, para luego adoptar el correcto nombre de “Armada”, mientras el, Héctor Enrique, curioseaba con cucarachas, culebras, pollos, perros, gatos y cuanto bicho existiera sobre la faz de la tierra, porque desde que abrí los ojos, le recuerdo diciendo que quería ser veterinario y lo logró sobradamente.

            Mi tío Santos, ya en la adolescencia, con supremo secretismo, le regaló 800 bolívares, para comprarse un caballo más feo y flaco que el Rocinante del  Quijote de la Mancha. Era blanco y macilento y lo llevó a casa, creo que como una prueba cardiaca para mis padres y resulta que  no les dio el infarto y lo permitieron. El tal Rocinante era bañado a diario, alimentado y amado por todos y comenzó a engordar y a fortalecerse, ¡eso lo hace el cariño!

            Se graduó de veterinario, pero eso no era suficiente y siguió estudiando. Aplicó acupuntura a los animales de su consulta, también flores de Bach, terapias de todo tipo y se hizo un gurú. Más de veinte años de estudio en las influencias emocionales de los dueños de las mascotas sobre estas, han hecho de Héctor un verdadero sabio. Se fue a la Argentina y se hizo maestro en la doma de caballos sin violencia y he visto milagros con el propio y cerrero caballo de mi hijo Roberto.

            En uno de esos paisajes con figuras que recuerdo, llegué con él a ese terreno donde tenía al ya fallecido “Tabaco”, un bello ejemplar de unos 500 kilogramos y estaba en el monte y de repente silbó, se oyeron galopes y venía me temo que sonriente al encuentro de su padre, se detuvo, bajó la cabeza y pasó con su actitud de ser un imponente equino a un sumiso perrito faldero.

            Fundó la asociación del caballo criollo y rescató la raza de los libertadores, la aisló genéticamente. Un caballo de mejor sangre que el camello para el desierto, mejor sangre que la mula para la selva, mejor sangre y aptitudes que un jeep cuatro por cuatro.

            Estamos de luto, porque la semana próxima pasada se ha conseguido muerto por un fatal accidente a su otro bello caballo: “Ponche crema” a quien nunca conocí en persona, pero que recordaré en ese paisaje, lleno de figuras.

 

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