EL SUICIDIO
NO ES SU CULPA
La noticia de
que oficiales navales retirados de la Armada Venezolana, hombres cabales,
formados y grandes líderes en su época de servicio, han decidido terminar con
su vida es un golpe devastador que trasciende lo personal y resuena en toda la
sociedad. Estas muertes no son meras estadísticas; son la evidencia de un
fenómeno profundo y trágico que atraviesa a la nación: el suicidio en medio de
la crisis, la desesperanza y la invisibilidad institucional.
Estos
oficiales no eran recién llegados ni personas sin preparación. Cada uno había
dedicado décadas a la formación de nuevos oficiales, al cumplimiento del deber
y a consolidar la disciplina y el honor en la Armada. Sus trayectorias eran
intachables, su liderazgo respetado por colegas y subordinados, y su compromiso
con la institución ejemplar. Sin embargo, la presión económica, la frustración
frente a un país que no ofrece garantías básicas y la constante incertidumbre
en la vida civil los llevó a tomar la decisión irreversible de quitarse la
vida. Sus historias reflejan la angustia de una generación de profesionales
formados que se vieron desbordados por un entorno de desesperanza.
La
crisis económica y social venezolana ha sido un factor determinante. La caída o
tal vez la desaparicion de los ingresos, la imposibilidad de sostener una vida
digna después de décadas de servicio, la pérdida de servicios sociales y la
migración de familiares y amigos crean un ambiente de estrés constante. Para
estos hombres, que alguna vez lideraron con autoridad y ejemplo, la sensación
de no tener salida se volvió insoportable. La fortaleza externa que demostraron
durante su carrera no los protegió de la desesperanza interna.
A
esta tragedia se suma la absoluta ausencia de estadísticas oficiales
confiables. Desde 2016, el gobierno venezolano no publica cifras actualizadas
sobre suicidios ni sobre la salud mental de quienes han servido en las fuerzas
armadas. Organizaciones independientes como el Observatorio Venezolano de
Violencia (OVV) estiman tasas nacionales de suicidio que han crecido a 6,9 por
cada 100.000 habitantes, con picos mayores en ciertos estados. Sin embargo, los
casos de estos oficiales retirados permanecen invisibles para la estadística
formal, perpetuando el silencio institucional y social que rodea a esta
tragedia.
Más
allá de los números, cada suicidio es un recordatorio de la fragilidad humana
incluso en quienes fueron líderes admirables. Su decisión nos interpela a
todos: instituciones, familias y sociedad civil.
Esta
situación exige acción: programas de apoyo psicológico efectivos, redes de
contención y un reconocimiento público de la gravedad del problema. Cada vida
perdida merece memoria, respeto y reflexión. Hombres de honor, de liderazgo
probado y de carrera intachable, como estos cinco oficiales retirados, no
deberían haberse sentido obligados a abandonar la vida. El suicidio en
Venezuela es una tragedia colectiva que nos recuerda que incluso los más
fuertes necesitan apoyo y que cada vida cuenta y debe ser acompañada y
valorada.
El
suicidio no es su culpa.
Paz
a sus almas buenas y consuelo a las heridas familias.
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