SOCIEDAD
MUTILADA
Una
sociedad mutilada no es únicamente aquella a la que le faltan recursos,
libertades o instituciones; es, sobre todo, aquella a la que se le ha amputado
la esperanza. Esta idea tomó forma durante una conversación telefónica que
sostuve con el escritor cubano Elmis Wong, ideógrafo del título que inspira
este artículo. Con la serenidad de quien ha vivido bajo un sistema que sofoca
la expresión humana, Wong describió cómo opera la mutilación social en las
dictaduras socialistas: “Cuando una sociedad está mutilada, no sabe que le
falta algo, porque se acostumbró al dolor”.
Este
fenómeno es visible en todas las naciones sometidas a regímenes totalitarios
como Venezuela y Cuba. Sistemas que, en nombre de la justicia social, terminan
destruyendo lo que dicen defender: dignidad, libertad, bienestar y futuro. A lo
largo de décadas, estas sociedades han visto cómo se erosiona no solo su
calidad de vida, sino también su estructura emocional y moral. Las personas
aprenden a vivir con lo mínimo, a desconfiar de la abundancia, a temer la
ambición y, finalmente, a resignarse.
Un
humorista cubano lo expresó con una ironía devastadora: “El capitalismo avanza
derrotado mientras el socialismo retrocede victorioso”. La frase, aparentemente
absurda, revela la lógica torcida que termina dominando a las sociedades
asfixiadas por estos regímenes. En ellas, el fracaso se presenta como logro, el
atraso como sacrificio heroico y la miseria como consecuencia de enemigos
externos. La narrativa oficial convence al ciudadano de que el deterioro es una
forma de resistencia y que cualquier intento de mejorar es sospechoso o
egoísta.
El
resultado es una sociedad que, golpeada una y otra vez, pierde interés por
vivir bien. Las aspiraciones se reducen al día a día. Quien antes soñaba con
crear, ahora se conforma con sobrevivir. Los jóvenes, que deberían imaginar el
mañana, solo imaginan emigrar. El horizonte se acorta hasta convertirse en un
espacio minúsculo donde lo único valioso es escapar.
Lo
mutilado no es solo lo material. Lo emocional se marchita cuando se vive
rodeado de miedo; lo moral se distorsiona cuando la mentira se convierte en
mecanismo de defensa; lo intelectual se empobrece cuando el conocimiento se
vigila; lo espiritual se apaga cuando el futuro deja de existir como idea.
Como
comentó Wong durante aquella llamada, la mutilación social no ocurre de golpe.
Es un proceso gradual y meticuloso: primero se amputa la libre empresa, luego
la libre expresión, después la memoria histórica, y finalmente, la voluntad
colectiva. Una sociedad mutilada no es solo víctima: es prisionera dentro de sí
misma.
Y,
sin embargo, incluso dentro de estas realidades, persiste una verdad luminosa:
ningún régimen, por fuerte que sea, ha logrado extinguir por completo la chispa
de la dignidad humana. Mientras existan voces que nombren la verdad y
ciudadanos que recuerden lo que es vivir en libertad, la mutilación será
profunda, pero jamás definitiva. Porque lo mutilado puede doler, puede marcar,
puede retrasar… pero siempre puede reconstruirse.
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