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Monday, August 18, 2014

EN UNA ISLA MORADA

Mis gentiles amigos vinieron a buscarnos para dar cumplimiento a un plan sin planificación y tomamos carretera con rumbo a los cayos de la Florida, donde puede pasar casi cualquier cosa, desde conseguirnos a un individuo de barba blanca, tez bronceada, corpulento, de actitud un tanto ruda, tomando algún extraño licor que nos haga jurar que hemos visto al mismo Ernest Hemingway o tal vez conocer a Coralia, una simpática cubana que celebraba bajo los efluvios del licor tan solo los primeros cuarenta y un años de matrimonio, cantándonos todo lo que sabía de Manzanero y lo que no, también, mientras su esposo, abiertamente apenado por mis aplausos la observaba con esa mirada de ¡ya basta! Los colores me cambiaron la actitud, porque no les he contado que la conversación era inagotable y sin cortes comerciales, algo común entre escritores, poetas y locos y de repente estábamos en la primera parada donde mitigaría la sed con un Samuel Adams de la estación y así lo hicimos. Nos apeamos en el Tiki Bar y lo primero que hice fue quitarme mis zapatos para tocar la arena blanca, porque el bar estaba con todo lujo sobre la arena y eso me gustó y hasta podría asegurar que me inspiró y usando las mayores de mis artimañas insinué a mis amigos sobre la conveniencia de quedarnos allí, toda vez que la cerveza estaba fría, el ecosistema apropiado y las aguas con el atardecer, comenzaban a honrar a aquella parte del cayo, llamado Isla Morada. Al entrar a la mar, rodeados de una pléyade de aparatos para flotar, no nos hizo falta, porque todos aquellos que gastaron su dinero en alquilar las potentes motos, kayak, colchones extraños y demás embarcaciones veraniegas, no tenían lo que nosotros: una muy grata compañía de buena conversación culta y crecedora, buenas intenciones y el afán dulce de la amistad sin ningún otro interés que reírnos, hablar, mascullar las ideas que venían a borbotones indetenibles y seguro estoy que más de uno hubiese cambiado la moto de agua por estar entre nosotros, disfrutando de la sencillez del momento y de la ecotimia positiva del grupo. Isla Morada, es apenas un pedazo de tierra que por aquí es famosa por estar llena de gente amable y dada al cultivo del turismo, donde todos vamos a lo mismo, donde todos disfrutamos de sus placeres, pero donde no deja de impresionar los colores, no solo de la reflexión de la luz en sus aguas al caer el sol, sino los colores de la amistad, que muestran la degrade más amable del humano dispuesto por encima de todas las cosas a ser feliz en el presente, sin extrañar el pasado, ni pensar en ese futuro que aún no ha llegado. Esa Isla de viejos piratas del caribe, me mostró un tono del morado que nunca había visto, desde el iris del aprecio y las ganas por sentirnos bien y llenos del calor del trópico y también el de la amistad.

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